miércoles, 30 de diciembre de 2009

Salgo, dando un portazo. Cae un cuadro. La fuerza de la gravedad. Cae una lágrima. Y no completamente por culpa de la gravedad. Luego me pregunto si soy acaso algo más feliz que el día en que crucé esa misma puerta en sentido contrario.

lunes, 28 de diciembre de 2009

domingo, 27 de diciembre de 2009


Tengo pánico a los baches, a los altibajos. A las crisis. Les temo a la soledad y a las matemáticas de la vida. Tengo miedo a los horarios, a la vida estructurada y planificada. Una embriagadora rutina o un monótono día a día. Temo al chocolate negro pero no soy ni mucho menos racista. Temo a quien se esconde bajo su paraguas pero no a la lluvia. Le tengo miedo al abrupto mar pero no a la costa. Tengo miedo a las profundidades de cualquier superficie. Tengo miedo a lo desconocido, pero me despierta curiosidad. Una bochornosa mezcla de sensaciones, en realidad, lo supera todo. Tengo pánico a las distancias, y aún más a las despedidas. Temo las discusiones, las rupturas. Las heridas mal curadas y la falta de remedios. Soy precavida y prudente hasta la exageración, y me asusta lo que eso me consume. Siempre tengo un segundo plan, una excusa, una carta escondida. Me da miedo nuestra generación y su futuro. Tengo miedo de no ser feliz. De ser una mas del montón. De no llegar a lo que aspiro, aunque eso a menudo lo olvide. Me asusta el poder de las palabras, pues descubrí que también pueden ser puñales. Temo lo sospechoso, los secretos. Pero amo los susurros, las confesiones al oído, las complicidades y los guiños. No temo las lagrimas, pero si los sollozos. Te temo. Temo tu fugacidad y a la vez tu espera. Temo tu pensamiento, tus planes, tus jugadas. Porque me superas tanto que no llegas a comprenderme. Incluso tanto que me comprendes demasiado. Adoro tu sencillez pero me asusta tu complejidad. Me asusta el paso del tiempo, el desaprovechamiento de este. Temo las letras pero las amo. Temo las artes pero me fascinan. Le temo a Bécquer por sus rimas, aunque esté físicamente muerto. Les tengo miedo a los genios, a los que poseen un don. Pero los envidio. Me asusta el no poder comprenderles. Temo las dobles direcciones, pero me gustan por partida doble. Temo los recuerdos, pero formo parte de ellos. Tengo miedo de las falsas apariencias, pero soy una de ellas. No me asusta la muerte, pero si el día en que deje de lado mis miedos.
(PD: un gran amic ha desensorrat aquet text que practicament estaba oblidat. Gràcies.)

sábado, 26 de diciembre de 2009

Wish you Were Here de Pink Floyd a toda ostia en la habitación. Ganas de hacer fotos aunque llueva, ganas de un café con carameeeelo en el centro. Ganas de frio en la playa, ganas de música en la calle. Ganas de desafiar a las lucecitas de navidad, decirles que no necesitamos de ellas para colorear la ciudad. Ganas de una navidad saboreada. Que sea nuestra, y no de El Corte Inglés....
Miercoles 23 de Diciembre del 2009, 2:37h

Un miercoles durmiendo sin despertador. Tostadas con nocilla. Un paseo hablando de señoras que..., un café con un poeta. Unas birras con ellas, olor a cigarro y grandes proyectos que se escriben en papel de servilleta.

viernes, 25 de diciembre de 2009


Poseída por un falso espíritu navideño, deambule una vez mas entre mis pensamientos. Estos, por ser originales irónicamente, pasaron a ser recuerdos. Y al poco rato la nostalgia decidió visitarme. No quería dejarla pasar, pero insistió dulcemente en el rellano de la escalera. “Que mas da, hoy es navidad”. Me puse a charlar con ella. Tomamos un café tan amargo como dulce. Demasiado fuerte, quizá. Supongo que las apariencias engañan, pues sorprendentemente el rato que pasamos fue agradable. Le invité a la cena en familia que celebrábamos aquella misma noche. Cenamos pavo relleno de recuerdos. Todos juntos nos emborrachamos de felicidad y consumimos risas a mansalva. El mejor turrón de entre todos los que tajo mi tío fue el del cariño. Un tanto empalagoso al principio, pero el mejor de todos al fin y al cabo. Regalé abrazos y sonrisas. Si no hubiera sido mi familia me hubiera pasado la noche regalando personalidad. Pero con la familia, ya se sabe. Aparentemente todos sabemos escoger. Más entrada la noche las chicas dejamos los tacones en un rincón de la sala y ellos se sacaron el sombrero. Merecidamente, por supuesto. Bailamos el vals de la amistad y el amor. Los niños presentes, con su inmadura, propia y carente de importancia envidia de papel, quisieron bailar el súper tema del verano, en pleno Diciembre casi Enero en el que estábamos. Pues claro que si, así lo hicimos. Ya puestos, nos felicitamos el cumpleaños que aún tardaría en llegar. Brindamos divertidamente por nuestras futuras bodas y desayunamos gofres a las tres de la madrugada. Entre tanto, mi acompañante nostalgia se había esfumado sin yo darme cuenta, camuflándose entre el humo del cigarro de la impaciencia que ella misma se estaba fumando la ultima vez que la vi y que, como todo en la vida, acabó consumiéndose dejando unas tristes cenizas como rastro de su paso y un humo que aún se ríe sin piedad alguna del cambio climático. Quien lo iba a decir, incluso la consumista navidad fue creada para poder ser feliz.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Cuando crees que lo tienes todo pero sabes que no te sobra nada. Cuando piensas en lo que no hiciste, en lo que olvidaste, en lo que olvidaste de olvidar. Y ahora intentas hacer trampas o incluso engañarte para no sentirte mal, no sentirte peor por aquello que un día desaprovechaste. Cuando aún no te preocupaba el reloj que hoy con su aguja te pincha para hacerte un análisis de tiempo. Piensas en lo que te dio miedo. Pero ahora asustan mas cosas. Cuando el tiempo aún no valía oro. Y ahora te das cuenta de que cada día eres un poco mas pobre. Cuando adviertes que aunque todas las noches salga la luna, no todas las lunas son llenas. Y te das cuenta de que incluso ella no siempre lo consigue todo. Darte cuenta de en realidad estar lleno no es tan fácil. Y ganas de explotar. Ganas de ser. De estar vivo. De rebosar. Ganas de sentirte bien, de estar como en casa mientras paseas por este extraño y desconocido mundo. Mientras pintas con tus huellas las calles de esta utopía artificial, de esta obra de arte que jamás tendrá exito. De este paraíso improvisado, de este decorado de cartón. Subido a un escenario mientras el mundo gira.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Cuando algo duele. Cuando alguien te hiere. Cuando te arrepientes. Cuando aún hay rencor. Cuando no te atreves. Cuando no olvidaste. Cuando te olvidaste de olvidar. Cuando las heridas no se cerraron del todo. Cuando no te entienden. Cuando todo está oscuro. Cuando tienes miedo.
Mentiras con retraso. Verdades destapadas, como flechas que no duelen. Porque las heridas están cerradas y las cicatrices ya son fuertes.
Porque eran solo eso, palabras.
No me sobra tanto tiempo como para perderlo mirando atrás.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Acostumbrada a relucir vida y arte, ahora de aquella calle solo quedaba un esqueleto sin piel y sin vida, sin aquello que un día la caracterizó y la hizo diferente de demás calles, que ahora envejecían solas, olvidadas y huérfanas en aquella Barcelona tan egoísta y caprichosa que lloraba sin cesar.

domingo, 1 de noviembre de 2009


No te pedí que aparecieras. No te pedí que te presentaras. No te pedí que me sonrieras, ni que me miraras. No te pedí que me hicieras pensar en ti. Ni que más tarde me hicieras sonrojarme. Ni siquiera te pedí que me besaras lentamente. Tampoco que me hicieras echarte de menos.
No te pedí esas noches de verano ni el sol en las mañanas de invierno. No te pedí que te perdieras conmigo en el azul del mar, ni aquellas tardes bañándonos en café y endulzándonos las vidas entre los colores y los sonidos de unas ramblas a media tarde. Tampoco te pedí sonrisas ni risas entre guerras de almohadas. Ni siquiera viajes, ni trasnochar en casas ajenas. No pedí que soltaras tus te quiero rompiendo cada uno de nuestros silencios después de discutir. No te pedí las caricias, ni los susurros, ni las dobles direcciones de las palabras. Ni mucho menos te pedí mentiras, ni escondites, ni miradas falsas. Palabras vagas, laberintos sin salida. No te pedí que me engañaras ni que me rehuyeras. Tampoco te pedí ni te exigí una explicación por ello, ni te pedí que me hicieras llorar. Ni siquiera te pedí que te hicieras quererte, que te hicieras amar. Así que, si ahora te pido que te vayas, deberías hacerme un poco de caso. Porque es la única cosa que te he pedido y te voy a pedir en toda mi vida.

viernes, 30 de octubre de 2009

El repetitivo ritmo de sus pasos hipnotizaba. Unas ramblas solitarias, un cielo con el sol roncando, unas estrellas que como putas guiñaban el ojo intentando seducirla. Era martes, y las nubes se estaban pegando su lloriqueada nocturna, habitual en aquellos días de otoño. Ni ella misma sabía que hacía por allí a esas horas, tan tarde y tan pronto a la vez. Algo no encajaba, y eso la hacia estremecerse un tanto. Olvidó por completo el cigarrillo, que iba consumiéndose ignorando el mundo; ignorándola a ella; ignorando su extraño miedo. Sus pasos se aventuraban cada vez más apresuradamente ramblas abajo, con un Colón cada vez más cercano. Olía a lluvia y a humedad. A Barcelona mojada. A la ciudad durmiendo. A humo, a alquitrán, a sucio. Olía a maldad, a falsedad, a mentiras y prepotencia. De repente una oleada de frío la invade, recorriéndole todo el cuerpo como un interminable escalofrío. Frío, seguido de miedo. Y más tarde de pánico. Pánico en aquella calle tan sola y huérfana. En esa Barcelona con una triste melodía de fondo. Suena una canción que habla de soledad, mientras ella acompaña con sus pasos esas notas desafinadas, calle abajo. Con aquella delicadeza y a la vez frialdad de aquellos que no temen su pasado porque no les pertenece. Porque no lo vivieron. Porque se limitaron a quedarse observando cómo pasaba de largo. Y ahora les da miedo mirar atrás. Si es que hay algo atrás… Y ella, sin rumbo fijo, haciéndose preguntas. Encontrando una nueva pregunta en cada respuesta. Sin siquiera una meta. Ausente, distante y fría. Desconociendo incluso el rumbo de sus propios pasos.

jueves, 22 de octubre de 2009

No pienso irme de aquí sin conocer el amor. Sin conocer el dolor. Sin serlo todo para alguien, y que ese alguien lo sea todo para mi. No pienso desaparezer sin saborear la felicidad. Ni desvanecerme sin cojerle de la mano y valorar su calor. Sufrir el dolor, apreciar una flor. De la lluvia aprender que los días soleados no lo son todo. Del mar escuchar como nace, pero también cómo muere para nacer de nuevo. Del silencio crecer con su melodía. Crecer para creer, para saber, para desconocer. Para conocer que desconozco y re-conocer aquello que ya sé. No pienso irme sin sembrar, sin inculcar, sin observar.
Créate una filosofía propia, una religión, un modo de vida. Justifica aquello en lo que crees, habla de lo que sabes, calla de lo que no deberías saber. Confía, y haz que confíen. Hazte querer y créate un sitio. Destápate, sé original. Destaca y aprovéchalo. Pero corre, espabila. Que el tiempo es oro, y aqui, por desgracia, no todos somos ricos.

lunes, 5 de octubre de 2009


Se despierta de golpe. Sin ayuda de nada. Ni siquiera de un soplo de aire. Quizá por un soplo de amor. Aún es oscuro pero no importa. Llueve, pero tampoco importa. Ni siquiera ve la lluvia porque la ventana está entelada. Simplemente la escucha. Quizá no necesita dormir más. Porque ya no le hace falta ni soñar ni cerrar los ojos para cegarse ante la realidad. Ahora la mira desde otra perspectiva. Y aunque el fin y al cabo la realidad sea la misma, ella prefiere ésta que ahora se asoma tímidamente tras la puerta de su vida.Envuelta en las sabanas y en unas repentinas e inevitables ganas de escribir. Veloz, no queriendo perder esas palabras que sabe que pueden irse en un abrir y cerrar de ojos de su cabeza. Le tiene al lado, dormido. Le acomoda el pelo detrás de la oreja. Observa su respiración. Y la nota, y la oye. Sigue escribiendo, mirándole y perdiéndose en su perfume. Inspirándose mientras éste se mezcla con el espeso azul del bolígrafo. Que obedece a las órdenes de aquella mano sabia en cuanto a palabras pero aprendiz aún de esas nuevas sensaciones que escribe, y que van recorriendo su cuerpo poco a poco. Muy poco a poco. Ocupando hasta el último huequecito de su corazón. Que aunque sea inmenso, le duele porque está llenito de amor, y puede que vaya a explotar. Y es feliz porque tiene suerte. Y lo sabe. Porque se siente llena. Y debe conservar ese momento. Esos pocos segundos, minutos, días o horas que dure. Porque sean los que sean, siempre serán pocos.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Extremos que se acarician.

Yo paso de las películas con argumentos raros pero soy protagonista en uno de ellos. Y lo peor es que no puedo evitarlo. O no quiero, incluso peor aún. No me dejaron escoger al director, y menos aún al otro protagonista. Y si dependiera de mí, el guionista ya estaría en la calle. Pero según tú nos podríamos llevar un premio igualmente. Las cosas son como son. Puede que últimamente incluso medio ebria diga cosas mas ciertas que nunca. No es que vaya mintiendo cuando no lo estoy, sino que me escondo las verdades, ¿no, querido? Buscando un beso. Que, como siempre, acabas encontrando. Seré complicada, pero no difícil. Y menos aún tonta. Quizá por desgracia. Tienes razón, te odio sobretodo cuando tus labios se acercan a los míos. Rechazo. Pero luego nerviosismo y resignación. Y consigues engañarme. Y sabias que lo conseguirías. Cabrón. Aún así, ni lo sabes todo, ni lo eres todo. Pero te da igual, incluso que te odie. Y sabes porqué. No hace falta ser muy listo, no? Y precisamente la ausencia de inteligencia no es lo que te caracteriza. De acuerdo, me cambiaré las lentillas. Pero no creo que así cambie la realidad. Porque, como tu dices, ésta siempre es la misma. Dices que la filosofía nos engaña. Que sepas que la tuya también. Ya no me creo nada. Y tu de mi tampoco. ¿Querías un beso? Aquí lo tienes. No mentiré, yo también los anhelaba. Y las excusas no eran mas que el escondite del querer olvidarte. Dices que soy diferente. Vete a saber a cuantas les diras lo mismo. ¿Que te ago pensar? ojalá sea cierto. ¿que sabes todo lo que pienso? Ahí te has pasado. Abril tiritaba de frío y de miedo porque lo teníamos olvidado. Pero si aquellas que tienen la inteligencia enterrada bajo tierra nos escupen, será por algo. Quizá no les guste nuestro papel ante tal argumento. Les diremos que compren palomitas y se acomoden en la butaca de la noche. Que conecten el contestador y disfruten de la sesión de cine. ¿Qué no les gusta la película? Pues que se jodan, a mi tampoco me gusta. Y menos aún el quererte y a la vez odiarte.
Hay soles que brillan cada día, del mismo modo que hay lunas que unas noches crecen y otras decrecen. Pues puede que en el amor sea igual. Aunque hay amores que no son efímeros, tampoco son eternos. Y aunque no sean eternos, son casi imposibles de olvidar. He dicho casi. Porque luego ya depende de si nosotros decidimos colocar las nubes delante porque no aceptamos que esa luz brille cada día. Y sabes que saldrá cada mañana. Por eso te encierras, te torturas a ti mismo porque no le puedes olvidar. Es el recuerdo de algún querer lejano. Que forma parte del pasado pero no quiere dejarse caer en el pozo del olvido. Todos los recuerdos de un amor luchan por sobrevivir. Una lucha constante mas poderosa que tu. Y solo algunas personas son capaces de convertir aquellos soles en lunas. Luego esas lunas crecen, y decrecen. Y vuelven a crecer y a decrecer. Una lucha constante. Hasta una noche lo consigues. Aquella luna decrece del todo. Eso es lo que yo llamo olvidar un amor. ¿Prefieres colocar nubes delante de él cada mañana para no cegarte con la luz de aquel recuerdo? ¿Que eres, de los que olvidan pero no perdonan? La ignorancia no es lo mío. Y, el ser conformista, tampoco. Por eso lucho. Y sufro. Sufro para no sufrir mas tarde. Eso, eso es olvidar. Olvidar y comenzar de nuevo. Comenzar de nuevo viviendo para ti, solo para ti. Hasta que aparezca un nuevo sol que, a la vez que brille, te dé algo de calor.
Ya pasee por las desiertas calles de mi mundo y me di cuenta de que muchos iban perdidos. Pocos sabíamos exactamente a hacia donde se movían nuestros pies. Hacia donde se dirigian nuestros pasos y hacia dónde se aventuraban nuestras huellas. Aún así, habia un problema; ese no era nuestro sitio. Se nos quedaba a veces demasiado pequeño y a veces demasiado grande. Quizá ese extraño mundo no estaba hecho a nuestra medida…

Frágiles palabras.

Frágiles palabras que quizá no dicen nada. Para algunos solo sonidos. Solo dígitos. Por desgracia solo pocos hablan la lengua de las palabras. Pobres vagabundas en un mundo que la mayoría ignora. Mas pobres todavía cuando algunos no las respetan. Pero mas respetadas aún cuando algunos pobres las comprendemos. Y decidme, palabras; ¿que voy a hacer con esos recuerdos que ya no quiero? Yo les digo que se vayan pero no me hacen caso... Basta. Decidles que son agua pasada. Yo he cambiado y ellos no, por eso no me comprenden. Ya no encajan aquí, este no es su sitio. Diles que se esfumen en el tiempo de una maldita vez. Ahora las tengo a ellas y, a veces, tan solo con eso me basta.

jueves, 10 de septiembre de 2009


Aunque parezca que el cielo se vaya a derrumbar, puede que el sol aún permanezca detrás de las nubes. Al fin y al cabo la vida no siempre es mala, no siempre da palizas. Quizás mas tarde, ya pasada la tormenta, descubrimos que en realidad la lluvia que mojaba era dulce. Agua dulce, cariñosa. Como los enfados de mamá. Puede ser que la solución a la enigmática ecuación de la vida sea dejar las preguntas a un lado. Si mas no, ahogarnos en retoricas. Dejar que tu mente esté de vacaciones hasta la eternidad. Porque a veces en la propia ignorancia se esconde la felicidad. Pero hay que saber escojer. No todo es malo, pero no todo es bueno. Soy una persona tan extremista como de grises, y reconozco que he metido la pata muchas veces.Pero pocas veces en lo mismo. Tambien hay que dejarse enseñar.Pensarse las cosas dos veces, del mismo modo que hay que vivir el momento e improvisar. Una cosa no quita la otra. Porque un dia te das cuenta de que vives en un mundo egoísta, difícil de recorrer para algunos. Facil de ignorar para muchos. Dificil de advertir para unos pocos. Y entonces es cuando te sientes orgulloso de ver el mundo desde tus ojos y de recorrerlo en tus propios zapatos.

martes, 8 de septiembre de 2009

Nàufrags, en un silenci sublim i sepulcral. En un mar de dubtes massa dolç. Ànimes a qui el do de témer no sel’s ha concedit. Un joc de taula on no hi ha guanyador, i alhora el parador d’aquest es coneix des de un bon principi. On el que conta son els moviments, les jugades, evitant un final i disfrutant d’una partida sempre inacabada. Perque ara la vida, encara està pensant la seva jugada. Es el seu torn. Tanca els ulls, respira. Deixa’t portar on ella vulgui. Perque despres, ets tu qui mou les fitxes. Buscant sempre una efimera victoria...
Quiero serte una necesidad. Aunque de mentirte se trate, aunque rehuírte convenga. Dejarte sin aliento, ser imán y energía. Quiero acabar siendo una pesadilla de tanto que soñaste conmigo. Que valores incluso mi silencio, incluso un susurro, incluso una palabra escondida. Que si olieras mi perfume, desearas tenerme. Donde sea y cuando sea. No importa… ya lo sabes. Que te dejaras la piel por hacerme sonreír si me vieras derramar una sola e insignificante lágrima. Que me mires, y mirarte y desarmarte con mi respuesta. Sin frases, sin palabras. Porque ya sabes que, a nosotros, no nos hacen falta. Que se las queden otros, nosotros ya no estamos hechos para eso, ¿verdad? Ya me cansé de buscarte por tu extraño mundo. Porque tus calles ya me las sé de memoria de tanto anhelarte mientras que tú, ni siquiera sabes si en mi mundo hay una con tu nombre. Pues si, si que la hay pero el cartel que lo indica está medio caído y es tan solo provisional. Porque significaste algo como para merecerlo, pero nunca susurraste que esta vez te quedabas para siempre. Que mas da, no? Si en el fondo nunca me deseaste. Ni siquiera anhelaste mis besos, porque ya los tuviste cuando los pedías. Y ahora, a mi corazón se le van acabando las pilas. Y quizá mi linterna de la esperanza empieza a parpadear, dudando de aquello que un día quisimos ser. De aquel futuro que deseábamos deseosos en nuestro papel de ilusos espectadores. Hoy quiero ser otro mundo contigo, otros días, otros recuerdos. Porque ya tuvimos nuestro momento y quizá no lo aprovechaste. O lo desaproveché. O desaprovechamos, quién sabe. O quién sabe si lo sabes. Es curioso, las cosas han cambiado. Ahora corro, porque se me van los sueños, porque me vacila el tiempo. No pienso perder ningún tren, pasarme de parada, ni descarrilarme. Que me invada la luz. Que me perfume el tiempo. Que nos guíe el reloj. No pienso pasar por la vida como si nada. Ni coger solo lo que se me ofrece, ni aprender solo lo que me enseñan. Ahora piso tierra firme y dejé las nubes para otras, los sueños para otros. Las flores para primavera y los deseos para invierno. Ahora solo soy una falsa soñadora en un mar de falsos sueños. Ahora solo quiero que seas tu el que deba escoger la correcta corriente. Que seas tu el que llore por quererme. Que seas tú, el que ahora deba enamorarme.

Dos pisos más abajo, en la calle, Jaime levantó la cabeza ante el bloque de pisos que tanto conocía. El color crudo de la fachada no había cambiado. La enredadera de la vecina del primer piso seguía igual de tupida. Incluso reconoció las cortinas de sus ventanas y se le hizo raro no abrir con sus propias llaves. Saludó al portero, compartió unas breves palabras con él y llamó al ascensor. Mientras este acudía a su llamada, pudo comprobar como ahora alguien sí se molestaba en regar las plantas del recibidor. Sonrío para sus adentros. El ascensor bajo y abrió las puertas, como aquel viejo amigo que te abre los brazos, después de mucho tiempo sin verle, para darte un abrazo que olvida todo aquello malo que pudo ocurrir entre ambos. Se miró al espejo y se preguntó que era de aquél chico que ella conoció en su día tantísimos años atrás. Cuantas cosas habían cambiado. Luego se centró en lo que debía decirte. Ni idea. No tenía ni idea de cómo decírselo. Improvisar quizá sería una buena opción. De hecho, la única a esas alturas. Frente a la puerta, no pudo evitar sonreír al recordar la cara de alucinación del dependiente de la tienda de felpudos y alfombras ante la infantil discusión que protagonizaron ellos dos. Que recuerdos. Dudó y pulsó el botón. Sonó el timbre. Sobresaltada otra vez- quizá estaba un tanto sensible ese día- fue a abrirle la puerta al hombre que siempre quiso y a las explicaciones que deberían venir con él. (...)Ella, callada. Sin saber que decir. Sin saber qué hacer. Y él se fue, dejándola allí. Inmóvil, incapaz de pronunciar cualquier palabra. Se fue sin atreverse a enfrentar su mirada. No tuvo valor. Con sabor a vino y a la mujer que siempre quiso en los labios, y un sabor amargo en el corazón. ¿Seria ese el sabor de la verdadera tristeza? Fuera, el color negro de la noche más que comenzada asustaba. Quizá fueran los remordimientos los que asustaban. Subió el coche. Primero disfrutó de los segundos en que el acolchado sillón se acomodaba en su cuerpo. O a la inversa, daba lo mismo. Luego arranco el coche rumbo a casa, pisó el acelerador y echó a llorar bajo la luna de una noche estrellada de aquellas que jamás de olvidan.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El anhelo de escribir.


Llegó al viejo portal con el paraguas roto y quizá con la esperanza también a pedazos, chorreando toda ella tanto de tristeza como de agua. La tormenta asustaba. Los truenos de esta, que parecía que asomaban sin importancia como simples bostezos, ponían los pelos de punta. De nuevo, se le antojaba la vida algo espesa y pesada, difícil de llevar encima para una persona como ella, frágil y débil. Porque aunque aparentemente siempre fue fuerte, la mayoría de los mortales no habían sentido el vértigo tras asomarse a las profundas grietas de su corazón. Nunca nadie, ni siquiera ella, supo en que momento de su vida su alma se había agrietado. Ella sostenía la hipótesis de que siempre fue así. Que el único problema era que aun no había encontrado nada con que repararlas.

Al entrar, dejó las botas en el recibidor y tiró el paraguas a la basura. Ignoró por completo el espejo del pasillo. No tenia ganas de ver a su otra "yo". Con su misma cara de mala ostia, su mismo pelo encrespado y sus mismas raíces negras que pedían a gritos una visita urgente a la peluquería desde hace semanas. Nada mas entrar en su estudio vio las hojas en blanco en la maquina de escribir e hizo instintivamente una mueca que tan solo podía interpretarse como la mas sincera desgana ante tal escena. Le hubiera gustado no pensar mas en ello y relajarse en esa esa maldita tarde-noche gris. Pero fracasó en el intento.

¿A dónde demonios habrían ido sus palabras? Hubo una época en que eran su mejor compañía. Siempre andaban por allí, correteando por el pasillo, entre las plantas. Algunas felices y otras no tanto, pero estaban allí. Unas mas fieles y otras quizá no demasiado. Pero estuvieron allí. ¿Y ahora? Ahora se sentía una amargada escritora con anhelos ya no de publicar, sino de escribir aunque fueran sus penas. Se sintió analfabeta por momentos. Luego se dio cuenta de que aquella era la mas grande tontería que se le había antojado por su desordenada mente en semanas. Luego se sintió tonta. Y eso ya no le parecía tan tontería. Se enfrentaba a una hoja en blanco y ni siquiera era capaz de escribir un solo párrafo con sentido. Ya no pedía algo con que saciar el exigente paladar y el hambriento apetito de cualquiera de sus lectores. Pedía tan solo saciar su ansia. Saciar su desaparición ante su sensación de estar perdiendo aquél "don" que todos los mayores le dijeron que tenía cuando su época del acné. Saciar las tremendas ganas que le abordaban de pronto de escribir.

Encendió un cigarrillo que se fumó en el balcón de la habitación. Despacio. Disfrutando cada calada y sacando el humo lentamente, sin prisas. Lo mas despacio posible, sumergida en aquella habitual tortura para sus pulmones. Seguía lloviendo, y parecía que lo haría durante horas.

De pronto, entre el contraste del humo y la luz de las farolas, vio algo extraño. Luego notó en sus pies descalzos como una especie de hormiga que le pasaba por encima. "Lo que me faltaba, una maldita invasión de mosquitos!" pensó. Pero luego las reconoció. Y sonrió para sus adentros. Quizá incluso no pudo contener reírse de verdad. Que todos la oyeran. Hacia tiempo que no las veía pero pudo perfectamente reconocerlas. Una larga hilera de palabras flotaban en el aire y por el suelo del balcón, y se dirigían directamente hacia el estudio. No habían sido invitadas pero ella estaba dispuesta a tratarlas como el mejor de sus huéspedes. Parecía que ya no llovia agua. Llovian palabras. Y seguían, seguían entrando por los ventanales del balcón, una tras la otra. Luego por todas las demás ventanas de la casa. Todas bellas. Como bailando al son de la melodía de aquella noche de lluvia. Y así, ella entra rapida y agilmente, cerrando la puerta tras si. Luego encerrandose en casa. Evitando que se escaparan. Que huyeran. Y ella seguía feliz.

Durante toda la noche, se dejó seducir por ellas. Estubo durante horas sumergida en quién sabe que argumento o que personajes. Daba igual, porque aquella noche escribió para ella. Que mas daban las palabras que usara, sus parrafos, sus frases. Tan solo le importaban a ella, y eso ya era suficiente. Por primera vez escribía sin barreras, sin limitaciones. Escribió con empeño , dedicándose al cien por cien en aquella complicada tarea de escribir para complacerte a ti mismo.
Hubo un momento en que comenzó a sentirse algo mas llena. Comenzó a sentir que quizá cerrar aquellas heridas y reparar aquella grietas, no era del todo imposible. Escribió hasta que se le agotaron las palabras. Hasta que hubo plasmado hasta la ultima línea de sus pensamientos. Hasta que de nuevo, en la vida fragil y debil de aquella escritora, volvió a salir el sol.

domingo, 6 de septiembre de 2009

domingo, 26 de julio de 2009

Monólogo de una soñadora compulsiva.

Antes de sumergirme junto a la muchedumbre matinal en la entrada de la estación miro una vez más el cielo. Si, está despejado y es de día. Le guiño el ojo a uno de aquellos tristes pájaros, pero no me escucha. ¡Qué desastre!, incluso a ellos les hemos contagiado la manía que tenemos la sociedad de no escuchar. Hablamos sin escuchar y miramos sin observar…. Y así, me encuentro de nuevo entregando el desayuno a la máquina que pasa y marca cada viaje en las tarjetas del tren. Hay días en que me parece que incluso se relame, saboreando las tarjetitas y divirtiéndose con ésta, su única distracción. Entonces me doy cuenta de que no puedo ni mucho menos quejarme.
Y yo aquí, rebosándome la esperanza pero sin poder huir de mi destino y buscar uno mejor. Esperando en la estación de los soñadores con sueños por cumplir. Esperando un nuevo día, que no me espera a mi. Esperando pero sin desesperarme. Llevada por la corriente, por este modelo de sociedad que en realidad no funciona. Siempre preferí improvisar la vida, pero nunca di siquiera un paso para hacerlo. Ahora querido lector, debo subir a este tren de la suerte que por lo que veo, ya llega.
En la siguiente parada, por casualidad, me encuentro a la Vida. No tiene muy buen aspecto, pero se la ve feliz. Le ofrezco mi asiento. Aprovecho para preguntarle el porqué de todo esto. De las dudas. De los errores. De lo desaprovechado.
Ante esto, la Vida solo es capaz de responderme, con voz vieja pero sabia. Con paulatinas pero ardientes palabras:
- Querida, tu futuro huele a felicidad y esperanza. Aprovecha el momento, nunca sabes cuál será la última parada en la que podrás bajar de tu tren.
Intento evitarlo, avergonzada como una niña. Pero mis ojos se iluminan y en mi rostro diría que se dibuja un esbozo de sonrisa. Y sin siquiera despedirme, bajo del tren. En la estación de siempre, pero hoy de otro color. Salgo a la calle y miro el mundo. De momento, mi pequeño mundo lo tengo en la palma de mi mano. Esta vez estoy atenta, prudente y a la vez disfrutando. Esta vez me he propuesto cerrarla a tiempo. Justo a tiempo. Antes de que el viento comience a soplar.
Y hoy, un día cualquiera. De los muchos que con suerte me quedan. Ahora que lo pienso, debería aprovecharlos porque no sé cuándo ésta máquina expendedora de tiempo llamada vida va a estropearse. Me gustaría ir a la playa, coger arena y que ésta sirviera para rellenar los relojes que van vaciándose sin prisa pero sin pausa. Si todo fuera tan fácil, ¿no, querido lector? Y sonrío, una vez más. Yo, tan hermosa, tan viva, tan mujer. Dispuesta, un día mas, a comerme el maldito mundo.

jueves, 23 de julio de 2009

Rutina.

Paró el despertador en la tercera repetición, como siempre. Se deshizo de la sabana de la pereza y se puso en pie ante un nuevo y hermoso día. Decidida a desayunar, con cara aun soñolienta, abrió la nevera y observó su contenido. Tristeza y alegría. “Mmmm…hoy toca alegría, que caduca pronto! La tristeza para otro día, que no tiene fecha de caducidad”, pensó. Después del último sorbo de vitalidad y del último bocado al sándwich de la madurez, fue al baño y entró en la ducha. El agua de la frialdad la sorprendió de golpe y sin previo aviso, pero ágilmente ella abrió el grifo de la dulzura y consiguió la temperatura perfecta. Con el jabón de la sinceridad se limpió la envidia y la falsedad y se secó con la suave toalla de la delicadeza. Se dirigió desnuda, sin ningún tipo de pudor, hacia su habitación para vestirse. Ropa interior alegre, pantalón tejano y camisa verde esperanza. Se calzó los tacones de la valentía y se dio cuenta de que ya no le venían grandes. “Llego tarde!”, pensó al mirar el reloj que tanto se come el tiempo que desaprovechamos. Fue otra vez al baño, peinó su larga cabellera rubia radiante con algo de prisa. Se maquilló; como siempre, tapando algunas de las imperfecciones que, al fin y al cabo, tenemos todos. Salió corriendo y cogió al vuelo la chaqueta rojo pasión. Cerró con doble vuelta de llave la puerta del amor y corrió enérgicamente por la escalera de la vida. Una vez en el vestíbulo, abrió de par en par la puerta de las grandes esperanzas y cerró la de los sueños rotos y promesas olvidadas. Salio dando grandes zancadas. Ella, tan hermosa, tan viva, tan mujer. Dispuesta, un día mas, a comerse el maldito mundo.

Algún día.



Algún día abriré puertas sin miedo. Algún día aprenderé a hacerle la pelota a la vida para que no me deje de lado, aprenderé a valorar lo que tengo. Algún día conseguiré esperar sin desesperarme o abrir la caja de recuerdos sin temblar. Algún día aliñaré mi vida con las saladas lágrimas ennegrecidas por el rimel. Algún día aprenderé a exprimir las veinticuatro horas de un día. Y los siete días de la semana. Y los trescientos sesenta y cinco de cada vela de más. Algún día tendré el valor de coger un barco de papel sin rumbo fijo. Algún día dejare las preocupaciones para siempre, hablaré con la mirada y seduciré con la palabra. Algún día me guardaré arena en los bolsillos para ir rellenando los relojes. Algún día le tendré a mi lado y recuperaremos el tiempo perdido. Algún día subiré el último peldaño y llegaré al cielo. Luego aré la siesta en una nube. Y volaré sin ayuda de nadie. Algún día despertaré y olvidare los interrogantes para siempre.Algún día dejaré de parpadear para no perderme ni una milésima de segundo de la función de mi vida. Luego aplaudiré, aunque sea por quedar bien. Igual me doy pena. Igual algún día dejo de ser exigente y me conformo con una sonrisa y no una carcajada. Quizá algún día consiga dar el cariño que aún no he dado. Quizá, algún día…
Déjame entrar. Llévame contigo. Ábreme la puerta de tus sueños por una vez. Quiero saber a dónde demonios vas cada noche. Sin que se entere nadie, pásame por el VIP. Hagamos trampas. Diles a todos que soy aquella de la que tanto les has hablado. Pregúntame porque me quieres tanto. Miénteme a mansalva. Deja al otro lado todo aquello que pueda estropearnos la fiesta. Sé mi droga. Hazme reír, saltar, sudar, gritar, desfogarme, vivir la noche. Luego demos un paseo, cójeme la mano. Con delicadeza y firmeza a la vez. Dame un beso en la nariz. Descalcémonos y andemos juntos. Dime en que piensas. Haz que te tiemble la voz para mí. Si, tiembla. No tanto por frió, ni tanto por miedo. Tiembla de amor. Ponte nervioso. Hazme promesas que luego olvidaré. Mírame a los ojos, no dejes nunca de hacerlo. Mira más allá. Descubre en mi lo que yo aun no he descubierto. Pero guarda el secreto, no me digas nada aún. Déjame crecer a solas, eso es cosa mía.

Mar.


Dicen que el mar guarda las palabras que durante siglos se llevó el viento. También dicen que en su fondo permanecen todos los recuerdos de tiempos anteriores. Como si él mismo tratase de salvar las miradas, las palabras, los rostros o los susurros que quizá acabaría borrando el tiempo.Que sus peces tan solo son el antifaz del alma generosa que esconde su interior.Dicen que la belleza que otorgó Dios en sus aguas cristalinas fue la compensación por hacer tan hermosa y compleja tarea. Que sin él solo viviríamos del presente, dejando en el olvido un pasado quizá no tan lejano. Dicen que su agradable perfume, el susurro de sus oleadas y el tacto de su arena son su manera de llegar a nuestro presente y a nuestras mentes. Como si esa sensación de paz y tranquilidad que constantemente desprende fuese la traducción de la poesía mas hermosa del mundo.

Fugazes pensamientos en horas de clase.


Suena el timbre después del patio. Clase de biología. Como no, toca soportar el tostón de siempre. Me explican el porque se te erizaba el pelo de la nuca cuando el caminar de mi dedo recorría tu espalda. Pero, ¡Qué decepción! La profesora dice que no tiene nada que ver con los sentimientos, que todo son estímulos y gilipolleces que te las puede hacer incluso tu gato. Y sigue la clase, pero desconecto y me pongo a mirar por la ventana como circulan los recuerdos por Paseo de Gracia, todos contaminando poco a poco la ciudad de mi mente. Total, la profesora no hace más que hablar sobre cosas que me recuerdan a todas nuestras noches. Si, aquellas tan llenas de falso amor. Aquellas funciones sobre un escenario con parquet podrido y cuyos actores de pacotilla eran enchufado y sobreactuaban. Recuerdo que la función de nuestra historia no tubo éxito. Que las estrellas se durmieron del aburrimiento y olvidaron aplaudir.

La luna se comía los últimos brillos de luz de aquella bochornosa tarde de Abril en el momento en que mamá cerraba los ventanales del salón, yo con el equipaje a mis manos y una montaña de momentos vividos a mis pies. Le di un abrazo. Uno de aquellos abrazos cálidos, tristes, melancólicos y llenos de cariño a la vez. Uno de aquellos que no son acompañados de palabras porque no las necesitan. Arrastré la maleta hasta el recibidor. Casi toda ella la ocupaban recuerdos y momentos que deseaba conservar. Lo demás, cuatro piezas de ropa mal contadas y una carpeta con escritos, partituras y viejos poemas.

optimismo.


Ni siquiera coges el ascensor. Llegas a casa, dejas las llaves en el recibidor y abres enérgicamente la puerta. Dos gatos te miran como siempre, paradójicamente como dos malditos desconocidos. Y les sonríes, como cada día pero inevitablemente con más ganas. Cómo convenciéndote de que hoy, de una vez por todas, pueden comprenderte. Sales al balcón y le gritas al jodido mundo que hoy si; que hoy eres feliz. Te ríes de la vida por haber puesto en duda que algún día lo fueras. Te burlas de todos aquellos que pensaban lo mismo y les demuestras con inocente orgullo lo que vales. Vas a la habitación, coges la falsedad, la angustia, los malos momentos y los tiras también por el balcón. Y de pronto le ves enfrente en de ti deslumbrándote. Callas, te paras y sonríes. Y le miras…. Si, es precioso. Tanta luz, demasiada. Estabas convencida de que él no te fallaría.Y entonces comprendes que es cierto lo que dicen. Pues después de todo, siempre acaba saliendo el sol.

Sin prisa, sin tiempo.



A cuatro mil revoluciones por minuto el corazón del chico se abalanzó sobre ella. Entonces no solo la vio, sino que la miró. Sus pestañas permanecían firmes y sus labios temblaban sin saber que decir. ¿Sería ese el momento adecuado para besarla? Nadie lo sabe, pero lo hizo. En un instante saltó la chispa que les encendió como el sol de verano. Sentían sus cuerpos bailar al son de los latidos y se hicieron grandes a ellos mismos. Él se apartó y la miró por enésima vez. Pensó que eso era algo tan grande que podría haberse multiplicado por diez y no haber estado tan feliz. Suerte que ella tenía sobre él un poder aún más extraño, podía hacerle perder la noción del tiempo y volver a ese mismo instante buscando un recuerdo.


A cuatro mil revoluciones por minuto ella pudo ver como el corazón del chico se le abalanzaba. Entonces no solo le vio, sino que le miró. Incluso mas allá. Intento observar dentro de él y descubrir lo que aún no había descubierto. No hizo falta. Pestañeaba nerviosamente en exceso. Inquieta. Asustada. Ansiosa. Sin prisa. Sin tiempo. Paciente e impaciente a la vez. Sus labios temblaban sin saber que decir. Quizá tampoco hacían falta palabras. Quizá el silencio podía dar más respuestas, incluso a preguntas aún sin formular. O sí, pero formuladas en secreto vergonzosamente, tan solo dentro de cada uno de ellos. ¿Estaría el también pensado en besarse? Faltaron segundos para descubrirlo.


Ambos pudieron sentir las chispas, el frío y el calor naciendo en el corazón y salpicando cada pequeña parte de sus jóvenes cuerpos. Pelos de punta. Escalofríos. Ella tembló, no por frío, no por miedo. Tembló de amor, como jamás lo había echo. El se percató, y sonrío para sus adentros. Pensó que para ella tan solo le bastaba un grito de sus ojos, y un silencio de sus labios. Así lo hizo, y por eso se apartó. Ella vio como la miraba, por enésima vez. Le encantaba que lo hiciera. Le despertaba la duda, siempre la misma. ¿En qué pensaba mientras le miraba? Nunca se molestaba en preguntárselo, aquello rompería el juego. En aquel momento deseó parar el tiempo y hacer eterno el momento. Jamás había llegado a tal perfección en tan pocos segundos. Tenía miedo de moverse, de hablar, de sonreírle, e incluso de volver a besarle. Temía así romper en mil pedazos aquel bello momento. Quería lograr perder la noción del tiempo y mantenerse suspendida en el instante, en el lugar y en el momento en el que se encontraba. Mirándole, hasta la eternidad. Susurrándole este texto al oído. Viéndole sonreír. Besándole otra vez. Queriéndole más, aún sabiendo que era imposible. Sin importarle nada de lo que sucediera a su alrededor…

Oriol Colomar i Gemma Blasco.

Fotograf: Miguelanxo. L' Ury i jo.

Ella.


Ella. Tan fría unas veces y tan dulce otras tantas. Tan delicada y tan fuerte. Autoritaria, imponente. Esconde secretos, todos lo saben. Algunos incluso tienen miedo a cruzarse con su mirada. Dicen que hipnotiza, que te come por dentro. Que te habla con ella y te adivina el pensamiento. Inofensiva, pero no hasta la muerte. Sabe defenderse, y solo pocos lo saben. Muchos se dejan llevar por su falsa apariencia, pero les aseguro que conocerla vale más que la pena.

jueves, 9 de julio de 2009

Crees.


Crees saberlo todo pero no sabes ni si lloverá. Crees estar disfrutando y ni siquiera sabes lo que es la vida. Crees abrir los ojos pero aún estas soñando despierto. Crees estar en las nubes, pero ni siquiera has aprendido a volar. Crees oler las rosas, pero es diciembre y estas constipado. Crees ser listo, pero te olvidaste la chuleta en casa. Crees ser el más valiente, pero te escondiste cuando tocaba defender al inocente. Crees oír la melodía de la vida, pero tan solo oyes los cláxones y los coches circular por Barcelona. Crees ser el mas fuerte, pero lloraste con Titanic. Crees poder con todo, pero ya te picaron los mosquitos. Crees que no hablo de ti, pero te sentiste identificado.

Avisté estanterías que se asomaban enormes en las paredes de aquella húmeda y fría habitación. Escupían libros llenos de letra y vacíos de sabiduría. Entonces la vi, no tardé demasiado, pues el destello del cerrojo la delató. Casualidad o destino, como prefieras llamarle. Me acerqué a ella, sabiendo desde el primer momento que era y, sobretodo, que contenía. La abrí, de golpe. Sin más. Los reencuentros son dolorosos y no podía hacer eterno el momento. Entrecerré los ojos para no cegarme con la luz que previne saldría del interior. Cuando esta menguó, me asomé. Despacio. Precavida. Ansiosa. Asustada. Cautelosa. Impaciente y paciente a la vez. Saboreando el momento como si se tratara de un empalagoso caramelo. Comenzó a desfilar en mis narices el recuerdo de aquel amor tan pagano. Sabia que jamás debí guardar aquel amor que nunca logre olvidar del todo. Y menos en una estúpida cajita de madera bajo polvo, que no supo quererle como mi corazón si aprendió a querer...
A bruscos brochazos e ido pintándome un camino sobre el rocoso lienzo de los años. Preferiría haber sido acuarela, dejándome llevar por la fluidez del agua sobre un apacible y menos vertiginoso papel. Más clara, más transparente, incluso más bella. Camino por encima de los colores arrastrando la pintura. Reflejando el arco iris de la vida a modo de huellas de colores que delatan mi paso. Los colores son los que son, pero en la paleta cualquier mezcla es bienvenida. Y, cualquier color resultante, puede cambiar sin preguntar mi rumbo. De manera que, inevitablemente, cada uno acaba creando su propia y única obra de arte...


Foto: retrato mio, por el Artista Marcel.

Mi último recurso.


Por primera y rara vez mi último recurso no me funcionó. Nunca me había pasado. Siempre, siempre la música podía más que cualquiera de las cosas que se atreviera a asomarse por mi mente. Por si acaso, me acomodé por última vez los cascos y le di el play otra vez. Cerré los ojos, intenté sumergirme en la letra de la canción. En su rima. En sus versos. En sus notas… pero nada. No conseguía de forma alguna alejarme de aquel pegajoso pensamiento que tenía más que aborrecido.

lunes, 6 de julio de 2009

Recuerdos del viento.


Quizá el perfume de las flores y no él de nuestras palabras fue el error. Si es que lo hubo. Cuando los recuerdos los requisa el viento, y una tarde de lluvia le apetece prestártelos. Y les pegas un vistazo rápido, leyendo por encima. Leyendo entre líneas. No quieres mirar en lo profundo porque prefieres digerirlos aparentemente. Saben mejor así, sientan mejor. Los lees en un banco, sentada. Sin prisas, sin tiempo. Acomodándote en esa carcomida madera que te ofrece el calor de un otoño perdido. Bajo una lluvia que llora aquello que un día desaprovechaste. Primavera que no llega… Y a mansalva te lo hecha en cara, sin pudores, sin prejuicios. Prepotente. Pero no tienes paraguas, y debes cargar con ello. Mojarte hasta empaparte. Quizá mejor así, quizás sea una buena lección. Cuando las miradas no bastan. Porque dentro hay algo que duele. Y pega golpes queriendo salir. Desesperado, agotado, exhausto. Y tú no sabes lo que quieres, no sabes si debes. Lo vivido, vivido esta. Lo no-vivido, esa por llegar. Y quizá, aquel amor no apto para enamoradizos, también viene de camino. Porque lo prohibido atrae, lo nuevo interesa. Lo antiguo aborrece pero si muere, revive. Y si revive, desconcierta. Con vértigo, desde las alturas otra vez. El futuro se nos hecha encima y el destino, aunque escrito, quizás se deba corregir.
Cuando las nubes chocan, cuando de una flor brota otra, cuando dos ríos se juntan. Porque en un solo cielo no caben, porque un solo jardín es pequeño, porque un solo mar no basta. Cuando el querer se hace ver, acariciándote la piel. Pero el cielo prefiere la luz del sol, las flores mueren de pena, y el mar es tan falso que incluso empalaga. “Would you know my name, if I saw you in heaven? Will it be the same, if I saw you in heaven?…” Porque aquellos días fueron otros. Y lo sabes. Porque aquellos recuerdos son solo eso, recuerdos. Y eso también lo sabes. Pertenecen al pasado, son suyos. Mierda, y esto también lo sabes. No son tuyos. Tuyos ya lo fueron. Y él ahora los ha confiado al viento… . “Would you hold my hand, if I saw you in heaven? Would you help me stand, if I saw you in heaven?” Y sopla, sopla el viento. Despeinándote. Arañándote. Acariciadote. Posesivo, dominador, imponente. Sopla con fuerza, con un “hasta pronto” en los labios. Guiñándote el ojo, susurrándote que volverá, y que lo hará pronto. Le notas entre tu pelo, tras tu oreja, sobre los parpados. Pero sabes que aunque sea pronto, ese pronto siempre será tarde. Y entonces, del mismo modo que las palabras, los recuerdos. Pues esta vez, también puedes ver como se los vuelve a llevar el viento.


Aún teniendo la lamparita de la mesita encendida, descubrí aquello que tanto anhelaba, avergonzado en un rincón. Acurrucada, la encontré en la semioscuridad de aquella habitación improvisada en un viejo desván. Allí estaba, la esperanza que hace años se perdió entre los sonidos y los grises de un invierno quizá demasiado largo. Aquella que un buen día se largó sin avisar, sin dar las gracias, sin siquiera despedirse. Encontré una chispa, un puñado, un frasquito de ella. Era poca, y quería aprovecharla, puesto que no es precisamente su abundancia lo que la caracteriza. Esperanza… bonita palabra. La miré y no supe responderme al preguntarme que para qué la quería exactamente. Supongo que para olvidarla. Si más no, para olvidar aquel último recuerdo de ella que me pertenecía. Esperanza para creer que olvidarla no era una excepción a aquello tan famoso de que todo es posible.
Relajé los músculos, luego las ideas. Mas tarde los parpados. Apagué la bombilla ignorada, ya parpadeando, y me sumergí en mi personal baúl de los recuerdos. Lo abrí, de golpe. Sin más. Entrecerré los ojos para no cegarme con la luz que previne saldría del interior. Cuando esta menguó, me asomé. Despacio. Precavido. Ansioso. Asustado. Cauteloso. Impaciente y paciente a la vez. Comenzó a desfilar en mis narices el recuerdo de aquel amor tan pagano. Creí que ni siquiera hubiera hecho falta abrir el pesado baúl. Sin buscarlo, aquel recuerdo se me aparecía prácticamente incluso en la sopa. Recordaba su mirada con tal exactitud casi llevada a regañadientes hasta la exageración. Recordaba cada punzada de dolor, cada previa frase. Recordaba el ritmo de sus palabras, el tono de su mirada, la dilatación de sus pupilas y el latir de su pensamiento. Recordé como el nerviosismo la delató, como me impresionó echar de menos algo en ella aquel día. Eran recuerdos malos, mal recordados. Porque aquellos que se recuerdan al milímetro y milésima, siempre serán malos. Y se repiten, puntuales como el tictac de un maldito reloj de pared. Como el paulatino entrechocar de unos tacones contra un frío suelo de metal. Recuerdos demasiado sublimes. Demasiado perfectos. Demasiado inoportunos. Quizás, un tanto bonitos. O quizás demasiado otra vez…
Fotorafía: Ezzequiel, por after hours. Fuente de inspiración de este texto.

domingo, 3 de mayo de 2009

Un café.

Aunque ya me fue suficiente, solo pude descubrir en el reflejo del mar negro de sus ojos oscuros que, en esta maldita historia, él tenía más preguntas que yo. No pestañeaba, y la mirada le temblaba. Rehuía a la mía, como si ocultara algo y temiese que sus ojos le delataran. Durante breves instantes vi el miedo pasar fugazmente por sus pupilas. Deduce que tenia miedo a perderme, pero ni siquiera se atrevía a decírmelo. Mientras, nuestras cuatro frías manos de invierno sujetan sus respectivas tazas humeantes. Y mientras hablamos, oigo su débil risa, imaginando el rostro, difuminado por el vapor que el café desprende. Que cerca estoy de él y que lejos me parece estar. Pasar el dedo por el borde de la taza y llevármelo a la boca, saboreando poco a poco la dulce sensación del caramelo del Café Macciato. Mientras, le miro. Y él lo sabe. Y yo sé que él lo sabe. Pero mantengo la mirada, intentando descifrar si se está dando cuenta de la intensidad de mi mirada, si está tratando de leer la dilatación de mis pupilas. Que amargo me sabe al café, pero que dulce el momento.

Miedos.




Tengo pánico a los baches, a los altibajos. A las crisis. Les temo a la soledad y a las matemáticas de la vida. Tengo miedo a los horarios, a la vida estructurada y planificada. Una embriagadora rutina o un monótono día a día. Temo al chocolate negro pero no soy ni mucho menos racista. Temo a quien se esconde bajo su paraguas pero no a la lluvia. Le tengo miedo al abrupto mar pero no a la costa. Tengo miedo a las profundidades de cualquier superficie. Tengo miedo a lo desconocido, pero me despierta curiosidad. Una bochornosa mezcla de sensaciones, en realidad, lo supera todo. Tengo pánico a las distancias, y aún más a las despedidas. Temo las discusiones, las rupturas. Las heridas mal curadas y la falta de remedios. Soy precavida y prudente hasta la exageración, y me asusta lo que eso me consume. Siempre tengo un segundo plan, una excusa, una carta escondida. Me da miedo nuestra generación y su futuro. Tengo miedo de no ser feliz. De ser una mas del montón. De no llegar a lo que aspiro, aunque eso a menudo lo olvide. Me asusta el poder de las palabras, pues descubrí que también pueden ser puñales. Temo lo sospechoso, los secretos. Pero amo los susurros, las confesiones al oído, las complicidades y los guiños. No temo las lagrimas, pero si los sollozos. Te temo. Temo tu fugacidad y a la vez tu espera. Temo tu pensamiento, tus planes, tus jugadas. Porque me superas tanto que no llegas a comprenderme. Incluso tanto que me comprendes demasiado. Adoro tu sencillez pero me asusta tu complejidad. Me asusta el paso del tiempo, el desaprovechamiento de este. Temo las letras pero las amo. Temo las artes pero me fascinan. Le temo a Bécquer por sus rimas, aunque esté físicamente muerto. Les tengo miedo a los genios, a los que poseen un don. Pero los envidio. Me asusta el no poder comprenderles. Temo las dobles direcciones, pero me gustan por partida doble. Temo los recuerdos, pero formo parte de ellos. Tengo miedo de las falsas apariencias, pero soy una de ellas. No me asusta la muerte, pero si el día en que deje de lado mis miedos.



Escuchar el silencio de tus labios y los gritos de tus ojos. Que me comprendas sin preguntar, y que me preguntes cuando no haya dudas. Que me invadas a retóricas y nos ahorremos las respuestas. Gritarle a Abril que deje ya de llorar. Y pedirle que me abraces sin un porqué. Conocerte de nuevo. Que me beses por primera vez. Que me recites poesía con la mirada. Pausado. Sin prisa. Sin tiempo. Marcando el ritmo con las pupilas. Describiendo cada verso con el brillo de tus ojos. Y me sostengas la mirada. Y me rinda ante la tuya. Tú ganas… Que me regales una flor sin olor y me perfumes con palabras. Que enmudezcas a media frase, y valoremos el silencio. O no; mejor que sigas. Si, mejor. Pero que no tenga sentido lo que estés diciendo. Y que nos dé igual. Y que nos haga gracia. Que decidamos improvisar. Que nos volvamos locos, si es que no lo hemos estado ya.