jueves, 23 de julio de 2009

Sin prisa, sin tiempo.



A cuatro mil revoluciones por minuto el corazón del chico se abalanzó sobre ella. Entonces no solo la vio, sino que la miró. Sus pestañas permanecían firmes y sus labios temblaban sin saber que decir. ¿Sería ese el momento adecuado para besarla? Nadie lo sabe, pero lo hizo. En un instante saltó la chispa que les encendió como el sol de verano. Sentían sus cuerpos bailar al son de los latidos y se hicieron grandes a ellos mismos. Él se apartó y la miró por enésima vez. Pensó que eso era algo tan grande que podría haberse multiplicado por diez y no haber estado tan feliz. Suerte que ella tenía sobre él un poder aún más extraño, podía hacerle perder la noción del tiempo y volver a ese mismo instante buscando un recuerdo.


A cuatro mil revoluciones por minuto ella pudo ver como el corazón del chico se le abalanzaba. Entonces no solo le vio, sino que le miró. Incluso mas allá. Intento observar dentro de él y descubrir lo que aún no había descubierto. No hizo falta. Pestañeaba nerviosamente en exceso. Inquieta. Asustada. Ansiosa. Sin prisa. Sin tiempo. Paciente e impaciente a la vez. Sus labios temblaban sin saber que decir. Quizá tampoco hacían falta palabras. Quizá el silencio podía dar más respuestas, incluso a preguntas aún sin formular. O sí, pero formuladas en secreto vergonzosamente, tan solo dentro de cada uno de ellos. ¿Estaría el también pensado en besarse? Faltaron segundos para descubrirlo.


Ambos pudieron sentir las chispas, el frío y el calor naciendo en el corazón y salpicando cada pequeña parte de sus jóvenes cuerpos. Pelos de punta. Escalofríos. Ella tembló, no por frío, no por miedo. Tembló de amor, como jamás lo había echo. El se percató, y sonrío para sus adentros. Pensó que para ella tan solo le bastaba un grito de sus ojos, y un silencio de sus labios. Así lo hizo, y por eso se apartó. Ella vio como la miraba, por enésima vez. Le encantaba que lo hiciera. Le despertaba la duda, siempre la misma. ¿En qué pensaba mientras le miraba? Nunca se molestaba en preguntárselo, aquello rompería el juego. En aquel momento deseó parar el tiempo y hacer eterno el momento. Jamás había llegado a tal perfección en tan pocos segundos. Tenía miedo de moverse, de hablar, de sonreírle, e incluso de volver a besarle. Temía así romper en mil pedazos aquel bello momento. Quería lograr perder la noción del tiempo y mantenerse suspendida en el instante, en el lugar y en el momento en el que se encontraba. Mirándole, hasta la eternidad. Susurrándole este texto al oído. Viéndole sonreír. Besándole otra vez. Queriéndole más, aún sabiendo que era imposible. Sin importarle nada de lo que sucediera a su alrededor…

Oriol Colomar i Gemma Blasco.

Fotograf: Miguelanxo. L' Ury i jo.

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