lunes, 7 de septiembre de 2009

El anhelo de escribir.


Llegó al viejo portal con el paraguas roto y quizá con la esperanza también a pedazos, chorreando toda ella tanto de tristeza como de agua. La tormenta asustaba. Los truenos de esta, que parecía que asomaban sin importancia como simples bostezos, ponían los pelos de punta. De nuevo, se le antojaba la vida algo espesa y pesada, difícil de llevar encima para una persona como ella, frágil y débil. Porque aunque aparentemente siempre fue fuerte, la mayoría de los mortales no habían sentido el vértigo tras asomarse a las profundas grietas de su corazón. Nunca nadie, ni siquiera ella, supo en que momento de su vida su alma se había agrietado. Ella sostenía la hipótesis de que siempre fue así. Que el único problema era que aun no había encontrado nada con que repararlas.

Al entrar, dejó las botas en el recibidor y tiró el paraguas a la basura. Ignoró por completo el espejo del pasillo. No tenia ganas de ver a su otra "yo". Con su misma cara de mala ostia, su mismo pelo encrespado y sus mismas raíces negras que pedían a gritos una visita urgente a la peluquería desde hace semanas. Nada mas entrar en su estudio vio las hojas en blanco en la maquina de escribir e hizo instintivamente una mueca que tan solo podía interpretarse como la mas sincera desgana ante tal escena. Le hubiera gustado no pensar mas en ello y relajarse en esa esa maldita tarde-noche gris. Pero fracasó en el intento.

¿A dónde demonios habrían ido sus palabras? Hubo una época en que eran su mejor compañía. Siempre andaban por allí, correteando por el pasillo, entre las plantas. Algunas felices y otras no tanto, pero estaban allí. Unas mas fieles y otras quizá no demasiado. Pero estuvieron allí. ¿Y ahora? Ahora se sentía una amargada escritora con anhelos ya no de publicar, sino de escribir aunque fueran sus penas. Se sintió analfabeta por momentos. Luego se dio cuenta de que aquella era la mas grande tontería que se le había antojado por su desordenada mente en semanas. Luego se sintió tonta. Y eso ya no le parecía tan tontería. Se enfrentaba a una hoja en blanco y ni siquiera era capaz de escribir un solo párrafo con sentido. Ya no pedía algo con que saciar el exigente paladar y el hambriento apetito de cualquiera de sus lectores. Pedía tan solo saciar su ansia. Saciar su desaparición ante su sensación de estar perdiendo aquél "don" que todos los mayores le dijeron que tenía cuando su época del acné. Saciar las tremendas ganas que le abordaban de pronto de escribir.

Encendió un cigarrillo que se fumó en el balcón de la habitación. Despacio. Disfrutando cada calada y sacando el humo lentamente, sin prisas. Lo mas despacio posible, sumergida en aquella habitual tortura para sus pulmones. Seguía lloviendo, y parecía que lo haría durante horas.

De pronto, entre el contraste del humo y la luz de las farolas, vio algo extraño. Luego notó en sus pies descalzos como una especie de hormiga que le pasaba por encima. "Lo que me faltaba, una maldita invasión de mosquitos!" pensó. Pero luego las reconoció. Y sonrió para sus adentros. Quizá incluso no pudo contener reírse de verdad. Que todos la oyeran. Hacia tiempo que no las veía pero pudo perfectamente reconocerlas. Una larga hilera de palabras flotaban en el aire y por el suelo del balcón, y se dirigían directamente hacia el estudio. No habían sido invitadas pero ella estaba dispuesta a tratarlas como el mejor de sus huéspedes. Parecía que ya no llovia agua. Llovian palabras. Y seguían, seguían entrando por los ventanales del balcón, una tras la otra. Luego por todas las demás ventanas de la casa. Todas bellas. Como bailando al son de la melodía de aquella noche de lluvia. Y así, ella entra rapida y agilmente, cerrando la puerta tras si. Luego encerrandose en casa. Evitando que se escaparan. Que huyeran. Y ella seguía feliz.

Durante toda la noche, se dejó seducir por ellas. Estubo durante horas sumergida en quién sabe que argumento o que personajes. Daba igual, porque aquella noche escribió para ella. Que mas daban las palabras que usara, sus parrafos, sus frases. Tan solo le importaban a ella, y eso ya era suficiente. Por primera vez escribía sin barreras, sin limitaciones. Escribió con empeño , dedicándose al cien por cien en aquella complicada tarea de escribir para complacerte a ti mismo.
Hubo un momento en que comenzó a sentirse algo mas llena. Comenzó a sentir que quizá cerrar aquellas heridas y reparar aquella grietas, no era del todo imposible. Escribió hasta que se le agotaron las palabras. Hasta que hubo plasmado hasta la ultima línea de sus pensamientos. Hasta que de nuevo, en la vida fragil y debil de aquella escritora, volvió a salir el sol.

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