lunes, 5 de diciembre de 2011

Días de conocerte
de ponerte en el extremo
de probar tus límites
tu equilibrio
en el borde del precipicio.
De ser adulto y de llorar en silencio.
Como ellos.

De preguntarte quien eres
de negarte al amor
de barrarle la puerta y decirle
“te confundes
debió llamarte la vecina de al lado
y no yo. “

De sentir
como la vida te escupe
como el viento te abofetea
como los días te empujan
hacia un mañana que no quieres alcanzar.

Pero saber
que si no cedes
si no sigues el ritmo pautado
si no te resignas
entonces
tendrás frío
caerás
y el barro te ensuciará
esos zapatos que orgulloso calzas
y esos pies
con los que amas caminar.

Pero si cedes
sigues el ritmo pautado
y te resignas

entonces
estarás vendiendo los hilos
cual marioneta de feria
obviarás tu propio camino
cederás tu ruta al destino
disfrutando de lo prometido;
de un sol colgado con chinchetas
de una utopía artificial
de una melodía desafinada
de un paraíso de cartón.

Como ellos.
En el borde del precipicio.
Preguntándose quién son.
Llorando en silencio el mañana,

el ayer,

el hoy.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

En mis malos despertares propios de un domingo de ceniza, sólo percibo el olor a alcohol que no sana, el molesto cosquilleo de un remordimiento que se asoma con miedo, la metáfora en el chasquido de anoche durante la caída al vacío de un vaso, tan frágil como mis días, chocándose contra un suelo de metal que se humedeció con aquellos momentos de esplendor que hoy hacen resbalar al presente. Mi memoria proyecta tal rima en cámara lenta, dejando un cruel segundo para respirar en silencio desde las butacas mientras aparecen una a una las grietas del vaso. Inspiro, cierro los ojos, y mientras asciende el sonido de un sutil piano, entiendo que soy yo quien va agrietándose poco a poco, expiro y me transporto a aquellos locales donde beberse el mañana y consumirse el alma, donde obviar un espacio-tiempo que posee las llaves de esta cárcel, donde nosotros decidimos encerrarnos dentro.

Respiro. Me hago sitio entre la torpeza de esta resaca de lo vivido, pero el agua me llega por las rodillas y las calles se convierten en ríos de incertidumbre por los que nadar a contracorriente. En las azoteas, aquellos tejidos que hicimos con hilos de sueño van deshilachándose muy poco a poco, mientras un viento en contra los ondea, cuál bandera en cuya sombra sonríen los vencedores. Mientras, el futuro se desdibuja como una nube, como la niebla que enmarca una atmósfera fría, de miedos, mentiras y almas perdidas.


Descubro que el presente ajeno se ha convertido en una imagen congelada, todo se ha detenido, como acobardado ante mi precisamente sutil presencia. El llanto del niño ha cesado, pero el piano de fondo tampoco se percibe. La hoja sobre la que el viento decidía un futuro quedó flotando en el aire, como si se tratara de un juicio pospuesto. En otra punta de la ciudad, quizá habrá un beso congelado, una bofetada que quedó con la cara a medio apartar,

unas costillas sin acabar de partir, una lágrima aún sin atreverse a caer, una mirada en el metro no tan efímera como debía ser, una ola en la playa que quedó a medio camino entre la fría arena o el mojar unos píes.


martes, 8 de noviembre de 2011

Tejidos hechos con hilos de sueño que van deshilachándose muy poco a poco mientras un viento en contra los ondea, cuál bandera en cuya sombra sonríen los vencedores, mientras el futuro se desdibuja como una nube, como la niebla que enmarca una atmósfera fría, de miedos, mentiras y almas perdidas.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Recuerda, te advirtieron que debías calzarte bien, que para salir las flores antes debía llover. Te dijeron que el final no se vislumbraría desde un principio. Que del invierno al verano no hay dos días y del hoy al mañana que anhelas tampoco dos pasos.

Te dijeron que en algún momento desearías con todas tus fuerzas bajar la cabeza, cerrar los ojos, resignarte y dejar de ser la fuerte para ser la que se rinde. Que resistirse a esa tentación iba a ser lo más difícil. Y que seguir mirando al lobo a los ojos cuando no queda nada que merezca ser guardado para la posteridad era lo más complicado. Pero recuerda, pequeña, es ese delicado hilo de fuerza lo que mantiene la llama dentro de ti. Llama que quema pero ilumina, recuerda eso. Debes conseguir que el lobo se quede delante tuyo, mirándote entre la vacilación y el ataque. Sólo estando frente a él no podrá atacarte desprevenida.

Pero en el momento en que dejas de mirarle a los ojos, en que decides bajar la cabeza, en que envías tus ojos al suelo mientras te das media vuelta, es entonces cuando das la espalda al villano del cuento y es entonces cuando tu suspiro de alivio apaga repentinamente la llama y es entonces cuando te quedas sin nada.

Sin final que conquistar, sin lobo que cazar, sin hilo, sin luz y sin nada.

viernes, 2 de septiembre de 2011

El cielo no es azul. Es lunes. El hombre del acordeón, el del tercer vagón, toca hoy una canción triste. Mi mente se adelanta a los acontecimientos. No quiero abrir esa puerta. No quiero verles tras ese cristal. Allí, en el sótano de aquél edificio, pues no podría ser en otro lugar. Ladrones que se llevaron sin permiso tantos sueños, acobardados ante a los que acobardaron. Tengo miedo. Es lunes. La canción es triste. Y el cielo no es azul.

sábado, 30 de julio de 2011

Huellas.

Huellas dactilares,

pisadas en el barro

manos traviesas que quedan marcadas

toda una vida en un asfalto gris.

Mano que no crece,

siendo huella la inocencia.


Siendo eterna la muy traviesa.



Ríete de ellas.

De las huellas efímeras

en el vaho del baño

de las que duran segundos.


De las que valen dos mundos.



Huella tú,

tu carmín rojo en el cigarro,

en el vaso

en mi mejilla

en mi memoria.

La del cigarro en tus pulmones

y la de tus otros vicios

en otros colchones.


Huellas,

las de tus uñas en mi espalda,

la del los versos de aquél poeta,

que dejaba escapar los nuestros

sin siquiera darse cuenta.

La del eco infinito de un grifo que gotea

y se reitera

y hace enloquecer a una neurona despistada

que se quedó despierta y estuvo escuchando.

Hasta que cedió.

Para no volver.


Huella tu mensaje en el contestador

mi impotencia

el no saber borrarlo.

Huellas los puntos de sutura

que me pusieron de urgencias en el corazón,

cuando te fuiste.

Huella tu caligrafía en el calendario

tu sutileza al romper la estética de un patrón diario,


y hacerlo improvisado.



Huella la sombra de esos días

en que recitabas poesía en plan conquistador.

Tu don,

tus listas de la compra,

tus notitas y tus helados de fresa,

aún en el congelador.

Tan helados cómo los últimos besos

que allí también guardo

pues dicen

que algún día caducan,

que se derriten,

que si fugaz fue la pasión

de ellos,

mañana,

solo quedarán huellas.


Y yo no quiero más.

Ni a corto,

ni a medio,

ni a largo plazo.

Huellas a medida.

Dolores proporcionales, en augmento, a grande escala.


Yo no quiero más,

no más de ellas.



miércoles, 8 de junio de 2011

Despiértame.

Despiértame

cuando no pueda ser más niña,

cuando el mundo lo gobiernen otros,

cuando el corazón del rico

no sea el más pobre.

Despiértame

sólo cuando se sonría

más todavía,

cuando en el mundo haya más poesía

que hipocresía.

Despiértame

sólo entonces.

Y grita fuerte mi nombre.

Rescátame

de este vuelo hacia el cielo

de esa fuga en alas de fuego

entre los grises de una tormenta

que llora un futuro incierto.

Y verás,

que ahí arriba yo sigo soñando

mientras esta ascensión infinita

me lleva, quién sabe,

quizá hacia la libertad.

lunes, 25 de abril de 2011

Mientras te fumas el cigarrillo apoyada en la lavadora, porque prefieres eso a dormir junto al de los ronquidos, descubrir que desearías meterte en ella. En la maldita lavadora. Siendo consciente que todos tus vecinos yacen felices o no tanto en sus sueños, que vete tu a saber las miles de historias que suceden ahora mismo en tu edificio, el que parece irse a derrumbar cualquier día por insípido. Desear abrir la pequeña puerta redonda, entrar de un salto, acomodarte y en posición fetal volver a nacer. Volver a nacer. Volver a nacer. Volver a nacer. Empezar de nuevo. De cero. Meterte, lavarte de pies a cabeza. Marearte dando vueltas y vueltas y vueltas y vueltas en el mismo sentido con el mismo ritmo durante horas. Marearte hasta olvidar todo lo anterior. Y salir, chorreando, con el peculiar olor a suavizante aquél del que dicen milagros en la televisión que te gustaría tirar por el balcón, tenderte boca abajo, por lo pies, aprovechando estar chorreando para llorar en silencio porque no sabes quien eres, ni de donde vienes, ni siquiera a donde vas. Confundiéndose tus lágrimas con el agua que notas caer. Pero hueles bien, y aunque estés aún sucia por dentro, hueles bien y eso es lo que importa, ¿no?. No, no lo sabes. Nadie lo sabe. Descolgarte y con los pelos de loca y mojados, ir a la habitación porque sabes que aquél desconocido, el que crees querer, te está esperando para ya sabes bien qué. Y si te pide que se lo hagas otra vez, entonces hacerle una paja mental, y chuparle las entrañas, anhelando descubrir si los pasadizos que esconde realmente valen la pena. Entender que no todo es lo que viste hace un tiempo. Que más allá de la barrera que aparece no se sabe cuando ni dónde, hay algo más. Dónde puedes escribir poemas a oscuras, en sus espaldas, para sentirlos sin verlos y hacer de las palabras lo más efímero que hayas podido imaginar nunca. Y al que te pida que le escribas un poema, hacérselo eterno, infinito, que sus días sean los versos, los meses sean las estrofas y las rimas sean los momentos importantes, aquellos que desestabilizan en todos los sentidos posibles y por haber, pues por todos es sabido que la rutina no te gusta, no te gusta nada, y no buscas la estabilidad emocional porque ni siquiera sabes lo que es. Y entre vuestros días de subidas y bajadas, vivir pasándoos la métrica por dónde os quepa. Porque para vosotros sí existen las rimas, si las veis, las sentís y las vivís. Y mientras vuestro poema os rima a vosotros, en vuestro particular mundo de locos cuál pequeña isla desconocida como un minúsculo punto en un mar infinito que algunos creen navegar, pensar - “que más darán los demás”- mientras miras fijamente la maldita lavadora que no te atreves a abrir por miedo a cambiar, porque incluso así no sabes quien eres, ni de donde vienes, ni siquiera a donde vas.


Perdona, lo sé, te debo una disculpa.

Olvidé aquello,

de que mis latidos

son contaminación sonora

para tus oídos.

Quiero creer,

que por eso

ahora no oyes

(o no escuchas)

mis gritos.

Que en la realidad paralela,

donde habita lo invisible a los ojos,

desgarran,

sin dejar huella ni eco,

el silencio de una noche

que no tiene ni puta gracia

sin ti.

Desperté con dos caras de una misma moneda,

Con las balas de un sabio dispuesto a apuntar,

Con la plumas de un cisne que empieza a bailar,

Con las alas de un ángel

Que prefiere volar a llorar.

Discutí con el sol por marcharse tan pronto,

Me emborraché con la luna y le dije "¡no tarde usted en volver!."

Odié al verdugo que me fulminó sin tapujos

y luego le admiré.

Porque solo él pudo desnudarme con palabras,

y con miradas y gestos

conocerme más que yo ante un espejo

de infinitos reflejos

que aún no saben a cual de los dos admirar.

Fui amante,

Fui arrogante,

Grité a aquellos que más susurros merecían,

tuve prisa y miedo al vivir lo importante.

Estudié en la escuela de la vida.

Llegué al mundo puntual

y jamás volví a serlo.

Dije y luego olvidé lo dicho.

Olvidé como decir lo decisivo.

Como decidir lo necesario,

Como necesitar lo prescindible,

Y como prescindir de lo inevitable.

Obvié miles de disculpas,

perdoné pocas promesas manchadas.

De mis bolsillos cayeron trizas

de papeles de libreta

que olvidé ser sueños ajenos.

Pues en un gesto violento

quien sabe si ira

quién sabe si miedo

preferí llenarme

de espléndido ego.

Y aún lucho para ganar

la batalla contra la codicia

y no acabar como aquél

gordo y rebosante de sangre ajena

que tras girar la esquina de la dignidad

y oír una desgarradora súplica escondida en la lluvia

decide no haberlo oído

y haciendo caso omiso

se esconde bajo al paraguas de la falsa fortuna

se mira en un charco

sonríe

y pletórico, arrogante y soberbio,

con desdén e insolencia

grita a un cielo nublado

"¡soy y seré

el maldito rei del mundo!"

Nadie aún sabe

que su vida,

su canturreo y su carantoña

comenzará a quebrar pasado mañana.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Tirar de ti desde arriba de la escalera para subirte conmigo a la altura de las nubes y soportar que te resistas, que tires de mí, diciéndome “vuelve a la tierra”, que no habría escalera al cielo sin azotea, ni azotea sin cielos, ni cielo sin ojos, ni ojos sin miradas, ni miradas sin sentir. Y saber que tú que estás atado a la tierra por la cadena del miedo, de la ciudad gris, del olor a freno, de las 8 de la mañana en la oficina, del café con sacarina. Por la dictadura de los hombres con paraguas de la Gran Vía, de los que se esconden de la lluvia, de consejos que deambulan por el aire como motas de polvo ignoradas, de contaminación lúminica, sonora, mental y anímica. De profesores que dicen “no comas chicle en clase” pero nunca dijeron “chaval, persigue tus sueños”, de idiomas que se expresan diciendo "no puedo", en lugar de "estamos en ello", de aquellos que solo miran la moneda por la cara que les ha tocado, de esqueletos que decidieron hacer todo el viaje con las persianas bajadas, ignorando que al otro lado había un paisaje que contemplar. De títeres de agujas de reloj que roban cada día un poco más de sangre. Desangrándonos hasta quedarnos en piel y huesos. De tiempo cleptómano de libertad, del espacio, del hoy y de los sueños que cada día nos pertenecen menos. Y te siento tirar de mí cada vez con más fuerza y más fuerza. Y mi mano se desliza lentamente dentro de la tuya, hasta tan solo tocarnos los dedos y decirte, mientras caes, que lo siento. Que yo me quedo aquí hasta que se me lleven. Con la esperanza sostenida por un hilo de que allí abajo existen aún las miradas, y los ojos, y los cielos, y las azoteas, y el sentir. Porque sin sentir no habría escalera a las nubes. Hasta que nos la quiten y caigamos definitivamente al vacío, y justo en el preciso instante del choque perdamos todo lo que llevamos dentro, si es que nos queda algo que no sea anecdótico, algo por lo que luchar, algo que merezca ser guardado para la posteridad y pongamos nuestos pesados pies de plomo y hagamos temblar los pilares que sostienen una tierra y un hoy que nos hemos adueñado sin permiso pero que, en realidad, nunca nos ha pertenecido.

domingo, 13 de marzo de 2011

Motivos para correr.

Deja de correr para no alcanzar nada.
No huyas de las pifiadas
para perderlas de vista.
Corre si una mañana
de resaca de domingo
adviertes que se te escapa
de puntitas la felicidad.

Y entonces hecha a correr.
Corre porque los trenes tardan mucho en volver.
Corre por las palabras que nunca le dijiste.
Corre por la inocencia que un día se fue.

Corre bajo la lluvia
y enseñales bailando con ella
que mojarse es más divertido
que ahogarse de pena y sin fé.
Piensa en el mañana
y olvida el ayer.
Diles que no hay escusa que valga,
Que es gratis aún sonreír por doquier.
Diles que no es un derecho,
que estan obligados a sentir.
Y gritale al maldito mundo
que tu hoy puedes ser feliz!

Saca las acuarelas
del desván de tus días grises.
que hoy toca apartar las nubes
a brochazos de color.

Porque es peligroso nadar
en este mar de hipocresía
al que llaman ciudad.
Puede que algún día
olvides tu verdadero rumbo.
Entonces hecha la vista hacia atrás,
y recuerda que el horizonte
te hizo soñar.
Y recuerda aquellas verdades
que te hicieron temblar.
Corre porque al reloj le das igual.
Corre porque quedarse quieto es de cobardes.
Corre porque la vida puede rimar,
y corre porque se hace camino al andar.

Saca las acuarelas
del desván de tus días grises.
que hoy toca apartar las nubes
a brochazos de color.
Alza tus blancas velas
y desnúdate a la noche
que hoy toca beber caricias
de la copa del amor.

Diles que no es un derecho,
que estan obligados a vivir.
Y gritale al maldito mundo
que tu hoy debes ser feliz.

¿Eres capaz, eh? Vamos, machote, mirale a los ojos y dile que tu también eres un cobarde. Sin que en nungún momento su mirada pueda con la tuya. Sin que tu mirada caiga estrepitosamente al suelo. Eres capaz, ¿eh? ¿Acaso puedes hacerlo?

Porque yo tampoco.

jueves, 17 de febrero de 2011

SE CONFUNDEN CON LA LLUVIA

Se confunden con la lluvia los gritos de un poeta

que solo busca el silencio en la esquina de un bar.

Las notas de un violinista que ajeno a nuestros sueños,

pinta los suyos,

en los túneles del metro.

Los lamentos de una viuda

que ha perdido a su dueño.

Todas las letras de un “te quiero” susurrado demasiado lejos,

Palabras escritas en el aire,

que nunca llegaron a su destino por estar cargadas de miedo,

Porque fue demasiado tarde para el amante perdido.

Demasiado tarde para darse cuenta,

darse cuenta que debía decírselo,

antes de perderla.

Se confunden con la lluvia las gamas de grises de las fachadas,

los tonos que nos recuerdan cada día

que hasta los hogares se ensucian a veces.

La calle se tiñe de tristeza,

pero yo sonrío.

Porque una rosa roja, cuidada con cariño,

deslumbra en el balcón del séptimo.

Y solo yo la veo,

porque puedo levantar la cabeza y mojarme.

Porque no llevo un paraguas que me tape el arco iris.

Porque no obvio lo que siento cuando el corazón me dice “vive!”

El agua me grita que soy frágil y que eso no es malo.

Que tengo frío, que las gotas son las notas

que susurran la sinfonía de la vida entre mis dedos.

Y los hombres vestidos de gris de la Gran Vía

No sabrán jamás lo que es esto.

Se confunden con la lluvia los charcos de sangre de las esquinas.

Las heridas mal curadas.

Las cenizas de una vida mal diseñada.

El rebotar de una moneda tirada hacia abajo

que será el pan de aquél vagabundo

que dá las gracias mirando hacia arriba.

Se confunden los CD’s de un taxista

que encuentra su memoria perdida en canciones de los 80.

Y recuerda esos tiempos en que iba de putas de lujo,

con su amigo Tomás, Pablo y el vecino.

Y quién le iba a decir que estaría hoy conduciendo a desconocidos destinos.

Quizá hacia los prostíbulos que hoy ya no pisa.

Se confunden con la lluvia los cantos (y llantos) de una sirena,

Que no escogió ser sirena del Raval.

Sencillamente la vida la llevó hacia la orilla.

La musa se ahoga, y se desespera esperando

su salvación en forma de afecto

en un mensaje en una botella.

Y solo llega en forma de cheques,

después de bailar bajo el mar.

Se confunden las bailarinas que hacen sus músculos arder.

Porque un sueño las recluye en ese parquet barato.

Y una de ellas, quieta, se mira en el espejo,

se detiene a pensar si valen la pena esas heridas en los pies.

Piensa aquello de que nadie dijo que iba a ser fácil.

Y decide entonces seguir haciendo pliés.

Y se confunden sonrisas tras los cristales de una cafetería,

donde dos futuros amantes toman su primer café.

Y que van a saber ellos de su devenir.

Que acabarán descubriendo que el cielo no es sencillamente azul,

que es muchas más cosas.

Pero que va a sospechar ese chico de dulce mirada

que aquellos ojos que inquietos le miran ,

que solo quieren saber un poco más sobre él,

le harán las heridas más sangrientas de su vida.

Mucho más amargas que el café que ahora comparte con ella.

Y que descubrirán que el mármol de la cocina

sirve para muchas más cosas de las que pensaban.

Que allí cocinarán los mejores polvos de sus vidas.

Y conocerán la importancia de unos pies

Que duerman cerca de los tuyos

al final de una deshecha cama.

Se confunde entre la lluvia la magia de un mago escapista

que hace que brillen los ojos ajenos.

Y siembra ilusiones entre las pocas flores

que hay en el barro del mundo adulto.

Nos recuerda que la inocencia se la quedan los niños

porque son mucho más listos que nosotros.

Y saben donde esconderla.

Y se confunde entre la lluvia el devenir del mañana.

De una Barcelona que mojada no huele igual.

Ella prefiere tumbarse en la cera y mirar las estrellas.

Quién sabrá el devenir de esta Amélie que no deja de soñar.

Pues nadie mira el cielo cuando llueve, solo ella.

Pocos más saben que las estrellas así están más bellas.

Y prefiere no perderse el paisaje del lugar

En lugar de pensar en lo que pasará y cómo,

Cuando de esta lluvia,

nada más se confunda al cesar.

lunes, 3 de enero de 2011

Madrid

Volvimos.

Nosotros,

marineros en tierra de nadie,

en sensaciones desiertas,

en océanos de ceniza y miedo,

volvimos.


Fugaces,

rejuvenecidos y gloriosos,

volvimos a la mar.

De nuevo.

A estar mar

de quién sabe dónde

en quién sabe dónde.


A esta

que aún no siendo de nadie

aparece en muchos recuerdos ajenos.


A esta

en que miles se ahogan,

en sus tormentas

de lágrimas (demasiado saladas).


A estos

océanos de dudas,

estrés e hipocresía

dónde siempre he tenido miedo.

Miedo de acabar,

como miles de ellos:


ahogandome yo también.


Lejos,

muy lejos de ese Madrid

que me acompañó con sonrisas,

en sus despertares.

Con cosquillas que sin hablar susurraban

“buenos dias”

bajo las sábanas de tus lunares.


Y aquí,

en esta insípida Barcelona

ahora,

mañana

y pasado,

el mar será abrupto.


La marea sube,

las velas se van rompiendo

y yo sigo teniendo miedo.

De que el viento sople.

Sople muy pronto en contra.


Puede,

incluso,

que pronto olvidemos dónde está el timón.

O cual es nuestro verdadero rumbo.


Y Madrid,

Madrid seguiría abriendo los bares,

aunque ya no estemos allí.

Y seguirá luciendo cielos rojizos,

aunque no los pueda contemplar,

otra vez, contigo.


Aquel día 365,

nos permitimos,

por fin,

soñar recíprocamente.

Creo que las campanadas serán siempre (jamás)

la banda sonora del recuerdo de esos días.


Y las notas, de aquél piano,

que nos prestaría la luna

más entrada la noche,

en tu azotea.

Con las luces

de la ciudad.

Dormida.

Ausente.

Desde las vistas de tu Madrid.

El nuestro.


A mi me sonreía.

A ti te guiñó el ojo.

Lo que vino luego

fue un poema.

Sin letras.

Y punto.

En ese piso tan pequeño,

que se quedaba enano

para todos nuestros anhelos.


Ese cielo.

Esas nubes.

Ese sol de mediodía,

entre tus persianas.

Ese nombre

de esa calle

que solo tu y yo sabemos.


Esa (bendita) sensación,

del por fin abrazarte.

Esa (maldita) sensación,

de saber que será efímero.

Y mucho.


Más buen fugaz.


Y me jode.

Me jode

necesitar escucharte

traduciéndome a Bukowski.

Al oído. De nuevo.

Necesitar olvidar el reloj,

contigo.

Necesitar que la ciudad nos recuerde

que estamos más que vivos.

Que estamos al otro lado.

Quizá más cerca del cielo.


Y me jode.

Me jode que lo sé.

Que siempre escribo yo primero,

que sé la hartada de “peros”,

Que vienen detrás de todo esto.


Me jode,

( y me duele)

Que rimáramos pocas horas,

que nuestros besos fueran versos

y nuestros abrazos estrofas.

Que la anáfora del

Nosotros,

Nosotros,

Nosotros,

Solo rimara

Contigo

Contigo

Y Contigo.


Por eso, me duele.

Porque hoy no estás Conmigo.

Ni Conmigo.

Ni tampoco Conmigo.

Por eso este maldito poema,

ha dejado,

desde hace rato,

y desde un principio,

de tener ningún sentido.