sábado, 30 de julio de 2011

Huellas.

Huellas dactilares,

pisadas en el barro

manos traviesas que quedan marcadas

toda una vida en un asfalto gris.

Mano que no crece,

siendo huella la inocencia.


Siendo eterna la muy traviesa.



Ríete de ellas.

De las huellas efímeras

en el vaho del baño

de las que duran segundos.


De las que valen dos mundos.



Huella tú,

tu carmín rojo en el cigarro,

en el vaso

en mi mejilla

en mi memoria.

La del cigarro en tus pulmones

y la de tus otros vicios

en otros colchones.


Huellas,

las de tus uñas en mi espalda,

la del los versos de aquél poeta,

que dejaba escapar los nuestros

sin siquiera darse cuenta.

La del eco infinito de un grifo que gotea

y se reitera

y hace enloquecer a una neurona despistada

que se quedó despierta y estuvo escuchando.

Hasta que cedió.

Para no volver.


Huella tu mensaje en el contestador

mi impotencia

el no saber borrarlo.

Huellas los puntos de sutura

que me pusieron de urgencias en el corazón,

cuando te fuiste.

Huella tu caligrafía en el calendario

tu sutileza al romper la estética de un patrón diario,


y hacerlo improvisado.



Huella la sombra de esos días

en que recitabas poesía en plan conquistador.

Tu don,

tus listas de la compra,

tus notitas y tus helados de fresa,

aún en el congelador.

Tan helados cómo los últimos besos

que allí también guardo

pues dicen

que algún día caducan,

que se derriten,

que si fugaz fue la pasión

de ellos,

mañana,

solo quedarán huellas.


Y yo no quiero más.

Ni a corto,

ni a medio,

ni a largo plazo.

Huellas a medida.

Dolores proporcionales, en augmento, a grande escala.


Yo no quiero más,

no más de ellas.