viernes, 30 de octubre de 2009

El repetitivo ritmo de sus pasos hipnotizaba. Unas ramblas solitarias, un cielo con el sol roncando, unas estrellas que como putas guiñaban el ojo intentando seducirla. Era martes, y las nubes se estaban pegando su lloriqueada nocturna, habitual en aquellos días de otoño. Ni ella misma sabía que hacía por allí a esas horas, tan tarde y tan pronto a la vez. Algo no encajaba, y eso la hacia estremecerse un tanto. Olvidó por completo el cigarrillo, que iba consumiéndose ignorando el mundo; ignorándola a ella; ignorando su extraño miedo. Sus pasos se aventuraban cada vez más apresuradamente ramblas abajo, con un Colón cada vez más cercano. Olía a lluvia y a humedad. A Barcelona mojada. A la ciudad durmiendo. A humo, a alquitrán, a sucio. Olía a maldad, a falsedad, a mentiras y prepotencia. De repente una oleada de frío la invade, recorriéndole todo el cuerpo como un interminable escalofrío. Frío, seguido de miedo. Y más tarde de pánico. Pánico en aquella calle tan sola y huérfana. En esa Barcelona con una triste melodía de fondo. Suena una canción que habla de soledad, mientras ella acompaña con sus pasos esas notas desafinadas, calle abajo. Con aquella delicadeza y a la vez frialdad de aquellos que no temen su pasado porque no les pertenece. Porque no lo vivieron. Porque se limitaron a quedarse observando cómo pasaba de largo. Y ahora les da miedo mirar atrás. Si es que hay algo atrás… Y ella, sin rumbo fijo, haciéndose preguntas. Encontrando una nueva pregunta en cada respuesta. Sin siquiera una meta. Ausente, distante y fría. Desconociendo incluso el rumbo de sus propios pasos.

jueves, 22 de octubre de 2009

No pienso irme de aquí sin conocer el amor. Sin conocer el dolor. Sin serlo todo para alguien, y que ese alguien lo sea todo para mi. No pienso desaparezer sin saborear la felicidad. Ni desvanecerme sin cojerle de la mano y valorar su calor. Sufrir el dolor, apreciar una flor. De la lluvia aprender que los días soleados no lo son todo. Del mar escuchar como nace, pero también cómo muere para nacer de nuevo. Del silencio crecer con su melodía. Crecer para creer, para saber, para desconocer. Para conocer que desconozco y re-conocer aquello que ya sé. No pienso irme sin sembrar, sin inculcar, sin observar.
Créate una filosofía propia, una religión, un modo de vida. Justifica aquello en lo que crees, habla de lo que sabes, calla de lo que no deberías saber. Confía, y haz que confíen. Hazte querer y créate un sitio. Destápate, sé original. Destaca y aprovéchalo. Pero corre, espabila. Que el tiempo es oro, y aqui, por desgracia, no todos somos ricos.

lunes, 5 de octubre de 2009


Se despierta de golpe. Sin ayuda de nada. Ni siquiera de un soplo de aire. Quizá por un soplo de amor. Aún es oscuro pero no importa. Llueve, pero tampoco importa. Ni siquiera ve la lluvia porque la ventana está entelada. Simplemente la escucha. Quizá no necesita dormir más. Porque ya no le hace falta ni soñar ni cerrar los ojos para cegarse ante la realidad. Ahora la mira desde otra perspectiva. Y aunque el fin y al cabo la realidad sea la misma, ella prefiere ésta que ahora se asoma tímidamente tras la puerta de su vida.Envuelta en las sabanas y en unas repentinas e inevitables ganas de escribir. Veloz, no queriendo perder esas palabras que sabe que pueden irse en un abrir y cerrar de ojos de su cabeza. Le tiene al lado, dormido. Le acomoda el pelo detrás de la oreja. Observa su respiración. Y la nota, y la oye. Sigue escribiendo, mirándole y perdiéndose en su perfume. Inspirándose mientras éste se mezcla con el espeso azul del bolígrafo. Que obedece a las órdenes de aquella mano sabia en cuanto a palabras pero aprendiz aún de esas nuevas sensaciones que escribe, y que van recorriendo su cuerpo poco a poco. Muy poco a poco. Ocupando hasta el último huequecito de su corazón. Que aunque sea inmenso, le duele porque está llenito de amor, y puede que vaya a explotar. Y es feliz porque tiene suerte. Y lo sabe. Porque se siente llena. Y debe conservar ese momento. Esos pocos segundos, minutos, días o horas que dure. Porque sean los que sean, siempre serán pocos.