lunes, 3 de enero de 2011

Madrid

Volvimos.

Nosotros,

marineros en tierra de nadie,

en sensaciones desiertas,

en océanos de ceniza y miedo,

volvimos.


Fugaces,

rejuvenecidos y gloriosos,

volvimos a la mar.

De nuevo.

A estar mar

de quién sabe dónde

en quién sabe dónde.


A esta

que aún no siendo de nadie

aparece en muchos recuerdos ajenos.


A esta

en que miles se ahogan,

en sus tormentas

de lágrimas (demasiado saladas).


A estos

océanos de dudas,

estrés e hipocresía

dónde siempre he tenido miedo.

Miedo de acabar,

como miles de ellos:


ahogandome yo también.


Lejos,

muy lejos de ese Madrid

que me acompañó con sonrisas,

en sus despertares.

Con cosquillas que sin hablar susurraban

“buenos dias”

bajo las sábanas de tus lunares.


Y aquí,

en esta insípida Barcelona

ahora,

mañana

y pasado,

el mar será abrupto.


La marea sube,

las velas se van rompiendo

y yo sigo teniendo miedo.

De que el viento sople.

Sople muy pronto en contra.


Puede,

incluso,

que pronto olvidemos dónde está el timón.

O cual es nuestro verdadero rumbo.


Y Madrid,

Madrid seguiría abriendo los bares,

aunque ya no estemos allí.

Y seguirá luciendo cielos rojizos,

aunque no los pueda contemplar,

otra vez, contigo.


Aquel día 365,

nos permitimos,

por fin,

soñar recíprocamente.

Creo que las campanadas serán siempre (jamás)

la banda sonora del recuerdo de esos días.


Y las notas, de aquél piano,

que nos prestaría la luna

más entrada la noche,

en tu azotea.

Con las luces

de la ciudad.

Dormida.

Ausente.

Desde las vistas de tu Madrid.

El nuestro.


A mi me sonreía.

A ti te guiñó el ojo.

Lo que vino luego

fue un poema.

Sin letras.

Y punto.

En ese piso tan pequeño,

que se quedaba enano

para todos nuestros anhelos.


Ese cielo.

Esas nubes.

Ese sol de mediodía,

entre tus persianas.

Ese nombre

de esa calle

que solo tu y yo sabemos.


Esa (bendita) sensación,

del por fin abrazarte.

Esa (maldita) sensación,

de saber que será efímero.

Y mucho.


Más buen fugaz.


Y me jode.

Me jode

necesitar escucharte

traduciéndome a Bukowski.

Al oído. De nuevo.

Necesitar olvidar el reloj,

contigo.

Necesitar que la ciudad nos recuerde

que estamos más que vivos.

Que estamos al otro lado.

Quizá más cerca del cielo.


Y me jode.

Me jode que lo sé.

Que siempre escribo yo primero,

que sé la hartada de “peros”,

Que vienen detrás de todo esto.


Me jode,

( y me duele)

Que rimáramos pocas horas,

que nuestros besos fueran versos

y nuestros abrazos estrofas.

Que la anáfora del

Nosotros,

Nosotros,

Nosotros,

Solo rimara

Contigo

Contigo

Y Contigo.


Por eso, me duele.

Porque hoy no estás Conmigo.

Ni Conmigo.

Ni tampoco Conmigo.

Por eso este maldito poema,

ha dejado,

desde hace rato,

y desde un principio,

de tener ningún sentido.