domingo, 3 de mayo de 2009

Un café.

Aunque ya me fue suficiente, solo pude descubrir en el reflejo del mar negro de sus ojos oscuros que, en esta maldita historia, él tenía más preguntas que yo. No pestañeaba, y la mirada le temblaba. Rehuía a la mía, como si ocultara algo y temiese que sus ojos le delataran. Durante breves instantes vi el miedo pasar fugazmente por sus pupilas. Deduce que tenia miedo a perderme, pero ni siquiera se atrevía a decírmelo. Mientras, nuestras cuatro frías manos de invierno sujetan sus respectivas tazas humeantes. Y mientras hablamos, oigo su débil risa, imaginando el rostro, difuminado por el vapor que el café desprende. Que cerca estoy de él y que lejos me parece estar. Pasar el dedo por el borde de la taza y llevármelo a la boca, saboreando poco a poco la dulce sensación del caramelo del Café Macciato. Mientras, le miro. Y él lo sabe. Y yo sé que él lo sabe. Pero mantengo la mirada, intentando descifrar si se está dando cuenta de la intensidad de mi mirada, si está tratando de leer la dilatación de mis pupilas. Que amargo me sabe al café, pero que dulce el momento.

Miedos.




Tengo pánico a los baches, a los altibajos. A las crisis. Les temo a la soledad y a las matemáticas de la vida. Tengo miedo a los horarios, a la vida estructurada y planificada. Una embriagadora rutina o un monótono día a día. Temo al chocolate negro pero no soy ni mucho menos racista. Temo a quien se esconde bajo su paraguas pero no a la lluvia. Le tengo miedo al abrupto mar pero no a la costa. Tengo miedo a las profundidades de cualquier superficie. Tengo miedo a lo desconocido, pero me despierta curiosidad. Una bochornosa mezcla de sensaciones, en realidad, lo supera todo. Tengo pánico a las distancias, y aún más a las despedidas. Temo las discusiones, las rupturas. Las heridas mal curadas y la falta de remedios. Soy precavida y prudente hasta la exageración, y me asusta lo que eso me consume. Siempre tengo un segundo plan, una excusa, una carta escondida. Me da miedo nuestra generación y su futuro. Tengo miedo de no ser feliz. De ser una mas del montón. De no llegar a lo que aspiro, aunque eso a menudo lo olvide. Me asusta el poder de las palabras, pues descubrí que también pueden ser puñales. Temo lo sospechoso, los secretos. Pero amo los susurros, las confesiones al oído, las complicidades y los guiños. No temo las lagrimas, pero si los sollozos. Te temo. Temo tu fugacidad y a la vez tu espera. Temo tu pensamiento, tus planes, tus jugadas. Porque me superas tanto que no llegas a comprenderme. Incluso tanto que me comprendes demasiado. Adoro tu sencillez pero me asusta tu complejidad. Me asusta el paso del tiempo, el desaprovechamiento de este. Temo las letras pero las amo. Temo las artes pero me fascinan. Le temo a Bécquer por sus rimas, aunque esté físicamente muerto. Les tengo miedo a los genios, a los que poseen un don. Pero los envidio. Me asusta el no poder comprenderles. Temo las dobles direcciones, pero me gustan por partida doble. Temo los recuerdos, pero formo parte de ellos. Tengo miedo de las falsas apariencias, pero soy una de ellas. No me asusta la muerte, pero si el día en que deje de lado mis miedos.



Escuchar el silencio de tus labios y los gritos de tus ojos. Que me comprendas sin preguntar, y que me preguntes cuando no haya dudas. Que me invadas a retóricas y nos ahorremos las respuestas. Gritarle a Abril que deje ya de llorar. Y pedirle que me abraces sin un porqué. Conocerte de nuevo. Que me beses por primera vez. Que me recites poesía con la mirada. Pausado. Sin prisa. Sin tiempo. Marcando el ritmo con las pupilas. Describiendo cada verso con el brillo de tus ojos. Y me sostengas la mirada. Y me rinda ante la tuya. Tú ganas… Que me regales una flor sin olor y me perfumes con palabras. Que enmudezcas a media frase, y valoremos el silencio. O no; mejor que sigas. Si, mejor. Pero que no tenga sentido lo que estés diciendo. Y que nos dé igual. Y que nos haga gracia. Que decidamos improvisar. Que nos volvamos locos, si es que no lo hemos estado ya.