jueves, 9 de julio de 2009


Avisté estanterías que se asomaban enormes en las paredes de aquella húmeda y fría habitación. Escupían libros llenos de letra y vacíos de sabiduría. Entonces la vi, no tardé demasiado, pues el destello del cerrojo la delató. Casualidad o destino, como prefieras llamarle. Me acerqué a ella, sabiendo desde el primer momento que era y, sobretodo, que contenía. La abrí, de golpe. Sin más. Los reencuentros son dolorosos y no podía hacer eterno el momento. Entrecerré los ojos para no cegarme con la luz que previne saldría del interior. Cuando esta menguó, me asomé. Despacio. Precavida. Ansiosa. Asustada. Cautelosa. Impaciente y paciente a la vez. Saboreando el momento como si se tratara de un empalagoso caramelo. Comenzó a desfilar en mis narices el recuerdo de aquel amor tan pagano. Sabia que jamás debí guardar aquel amor que nunca logre olvidar del todo. Y menos en una estúpida cajita de madera bajo polvo, que no supo quererle como mi corazón si aprendió a querer...

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