domingo, 26 de julio de 2009

Monólogo de una soñadora compulsiva.

Antes de sumergirme junto a la muchedumbre matinal en la entrada de la estación miro una vez más el cielo. Si, está despejado y es de día. Le guiño el ojo a uno de aquellos tristes pájaros, pero no me escucha. ¡Qué desastre!, incluso a ellos les hemos contagiado la manía que tenemos la sociedad de no escuchar. Hablamos sin escuchar y miramos sin observar…. Y así, me encuentro de nuevo entregando el desayuno a la máquina que pasa y marca cada viaje en las tarjetas del tren. Hay días en que me parece que incluso se relame, saboreando las tarjetitas y divirtiéndose con ésta, su única distracción. Entonces me doy cuenta de que no puedo ni mucho menos quejarme.
Y yo aquí, rebosándome la esperanza pero sin poder huir de mi destino y buscar uno mejor. Esperando en la estación de los soñadores con sueños por cumplir. Esperando un nuevo día, que no me espera a mi. Esperando pero sin desesperarme. Llevada por la corriente, por este modelo de sociedad que en realidad no funciona. Siempre preferí improvisar la vida, pero nunca di siquiera un paso para hacerlo. Ahora querido lector, debo subir a este tren de la suerte que por lo que veo, ya llega.
En la siguiente parada, por casualidad, me encuentro a la Vida. No tiene muy buen aspecto, pero se la ve feliz. Le ofrezco mi asiento. Aprovecho para preguntarle el porqué de todo esto. De las dudas. De los errores. De lo desaprovechado.
Ante esto, la Vida solo es capaz de responderme, con voz vieja pero sabia. Con paulatinas pero ardientes palabras:
- Querida, tu futuro huele a felicidad y esperanza. Aprovecha el momento, nunca sabes cuál será la última parada en la que podrás bajar de tu tren.
Intento evitarlo, avergonzada como una niña. Pero mis ojos se iluminan y en mi rostro diría que se dibuja un esbozo de sonrisa. Y sin siquiera despedirme, bajo del tren. En la estación de siempre, pero hoy de otro color. Salgo a la calle y miro el mundo. De momento, mi pequeño mundo lo tengo en la palma de mi mano. Esta vez estoy atenta, prudente y a la vez disfrutando. Esta vez me he propuesto cerrarla a tiempo. Justo a tiempo. Antes de que el viento comience a soplar.
Y hoy, un día cualquiera. De los muchos que con suerte me quedan. Ahora que lo pienso, debería aprovecharlos porque no sé cuándo ésta máquina expendedora de tiempo llamada vida va a estropearse. Me gustaría ir a la playa, coger arena y que ésta sirviera para rellenar los relojes que van vaciándose sin prisa pero sin pausa. Si todo fuera tan fácil, ¿no, querido lector? Y sonrío, una vez más. Yo, tan hermosa, tan viva, tan mujer. Dispuesta, un día mas, a comerme el maldito mundo.

jueves, 23 de julio de 2009

Rutina.

Paró el despertador en la tercera repetición, como siempre. Se deshizo de la sabana de la pereza y se puso en pie ante un nuevo y hermoso día. Decidida a desayunar, con cara aun soñolienta, abrió la nevera y observó su contenido. Tristeza y alegría. “Mmmm…hoy toca alegría, que caduca pronto! La tristeza para otro día, que no tiene fecha de caducidad”, pensó. Después del último sorbo de vitalidad y del último bocado al sándwich de la madurez, fue al baño y entró en la ducha. El agua de la frialdad la sorprendió de golpe y sin previo aviso, pero ágilmente ella abrió el grifo de la dulzura y consiguió la temperatura perfecta. Con el jabón de la sinceridad se limpió la envidia y la falsedad y se secó con la suave toalla de la delicadeza. Se dirigió desnuda, sin ningún tipo de pudor, hacia su habitación para vestirse. Ropa interior alegre, pantalón tejano y camisa verde esperanza. Se calzó los tacones de la valentía y se dio cuenta de que ya no le venían grandes. “Llego tarde!”, pensó al mirar el reloj que tanto se come el tiempo que desaprovechamos. Fue otra vez al baño, peinó su larga cabellera rubia radiante con algo de prisa. Se maquilló; como siempre, tapando algunas de las imperfecciones que, al fin y al cabo, tenemos todos. Salió corriendo y cogió al vuelo la chaqueta rojo pasión. Cerró con doble vuelta de llave la puerta del amor y corrió enérgicamente por la escalera de la vida. Una vez en el vestíbulo, abrió de par en par la puerta de las grandes esperanzas y cerró la de los sueños rotos y promesas olvidadas. Salio dando grandes zancadas. Ella, tan hermosa, tan viva, tan mujer. Dispuesta, un día mas, a comerse el maldito mundo.

Algún día.



Algún día abriré puertas sin miedo. Algún día aprenderé a hacerle la pelota a la vida para que no me deje de lado, aprenderé a valorar lo que tengo. Algún día conseguiré esperar sin desesperarme o abrir la caja de recuerdos sin temblar. Algún día aliñaré mi vida con las saladas lágrimas ennegrecidas por el rimel. Algún día aprenderé a exprimir las veinticuatro horas de un día. Y los siete días de la semana. Y los trescientos sesenta y cinco de cada vela de más. Algún día tendré el valor de coger un barco de papel sin rumbo fijo. Algún día dejare las preocupaciones para siempre, hablaré con la mirada y seduciré con la palabra. Algún día me guardaré arena en los bolsillos para ir rellenando los relojes. Algún día le tendré a mi lado y recuperaremos el tiempo perdido. Algún día subiré el último peldaño y llegaré al cielo. Luego aré la siesta en una nube. Y volaré sin ayuda de nadie. Algún día despertaré y olvidare los interrogantes para siempre.Algún día dejaré de parpadear para no perderme ni una milésima de segundo de la función de mi vida. Luego aplaudiré, aunque sea por quedar bien. Igual me doy pena. Igual algún día dejo de ser exigente y me conformo con una sonrisa y no una carcajada. Quizá algún día consiga dar el cariño que aún no he dado. Quizá, algún día…
Déjame entrar. Llévame contigo. Ábreme la puerta de tus sueños por una vez. Quiero saber a dónde demonios vas cada noche. Sin que se entere nadie, pásame por el VIP. Hagamos trampas. Diles a todos que soy aquella de la que tanto les has hablado. Pregúntame porque me quieres tanto. Miénteme a mansalva. Deja al otro lado todo aquello que pueda estropearnos la fiesta. Sé mi droga. Hazme reír, saltar, sudar, gritar, desfogarme, vivir la noche. Luego demos un paseo, cójeme la mano. Con delicadeza y firmeza a la vez. Dame un beso en la nariz. Descalcémonos y andemos juntos. Dime en que piensas. Haz que te tiemble la voz para mí. Si, tiembla. No tanto por frió, ni tanto por miedo. Tiembla de amor. Ponte nervioso. Hazme promesas que luego olvidaré. Mírame a los ojos, no dejes nunca de hacerlo. Mira más allá. Descubre en mi lo que yo aun no he descubierto. Pero guarda el secreto, no me digas nada aún. Déjame crecer a solas, eso es cosa mía.

Mar.


Dicen que el mar guarda las palabras que durante siglos se llevó el viento. También dicen que en su fondo permanecen todos los recuerdos de tiempos anteriores. Como si él mismo tratase de salvar las miradas, las palabras, los rostros o los susurros que quizá acabaría borrando el tiempo.Que sus peces tan solo son el antifaz del alma generosa que esconde su interior.Dicen que la belleza que otorgó Dios en sus aguas cristalinas fue la compensación por hacer tan hermosa y compleja tarea. Que sin él solo viviríamos del presente, dejando en el olvido un pasado quizá no tan lejano. Dicen que su agradable perfume, el susurro de sus oleadas y el tacto de su arena son su manera de llegar a nuestro presente y a nuestras mentes. Como si esa sensación de paz y tranquilidad que constantemente desprende fuese la traducción de la poesía mas hermosa del mundo.

Fugazes pensamientos en horas de clase.


Suena el timbre después del patio. Clase de biología. Como no, toca soportar el tostón de siempre. Me explican el porque se te erizaba el pelo de la nuca cuando el caminar de mi dedo recorría tu espalda. Pero, ¡Qué decepción! La profesora dice que no tiene nada que ver con los sentimientos, que todo son estímulos y gilipolleces que te las puede hacer incluso tu gato. Y sigue la clase, pero desconecto y me pongo a mirar por la ventana como circulan los recuerdos por Paseo de Gracia, todos contaminando poco a poco la ciudad de mi mente. Total, la profesora no hace más que hablar sobre cosas que me recuerdan a todas nuestras noches. Si, aquellas tan llenas de falso amor. Aquellas funciones sobre un escenario con parquet podrido y cuyos actores de pacotilla eran enchufado y sobreactuaban. Recuerdo que la función de nuestra historia no tubo éxito. Que las estrellas se durmieron del aburrimiento y olvidaron aplaudir.

La luna se comía los últimos brillos de luz de aquella bochornosa tarde de Abril en el momento en que mamá cerraba los ventanales del salón, yo con el equipaje a mis manos y una montaña de momentos vividos a mis pies. Le di un abrazo. Uno de aquellos abrazos cálidos, tristes, melancólicos y llenos de cariño a la vez. Uno de aquellos que no son acompañados de palabras porque no las necesitan. Arrastré la maleta hasta el recibidor. Casi toda ella la ocupaban recuerdos y momentos que deseaba conservar. Lo demás, cuatro piezas de ropa mal contadas y una carpeta con escritos, partituras y viejos poemas.

optimismo.


Ni siquiera coges el ascensor. Llegas a casa, dejas las llaves en el recibidor y abres enérgicamente la puerta. Dos gatos te miran como siempre, paradójicamente como dos malditos desconocidos. Y les sonríes, como cada día pero inevitablemente con más ganas. Cómo convenciéndote de que hoy, de una vez por todas, pueden comprenderte. Sales al balcón y le gritas al jodido mundo que hoy si; que hoy eres feliz. Te ríes de la vida por haber puesto en duda que algún día lo fueras. Te burlas de todos aquellos que pensaban lo mismo y les demuestras con inocente orgullo lo que vales. Vas a la habitación, coges la falsedad, la angustia, los malos momentos y los tiras también por el balcón. Y de pronto le ves enfrente en de ti deslumbrándote. Callas, te paras y sonríes. Y le miras…. Si, es precioso. Tanta luz, demasiada. Estabas convencida de que él no te fallaría.Y entonces comprendes que es cierto lo que dicen. Pues después de todo, siempre acaba saliendo el sol.

Sin prisa, sin tiempo.



A cuatro mil revoluciones por minuto el corazón del chico se abalanzó sobre ella. Entonces no solo la vio, sino que la miró. Sus pestañas permanecían firmes y sus labios temblaban sin saber que decir. ¿Sería ese el momento adecuado para besarla? Nadie lo sabe, pero lo hizo. En un instante saltó la chispa que les encendió como el sol de verano. Sentían sus cuerpos bailar al son de los latidos y se hicieron grandes a ellos mismos. Él se apartó y la miró por enésima vez. Pensó que eso era algo tan grande que podría haberse multiplicado por diez y no haber estado tan feliz. Suerte que ella tenía sobre él un poder aún más extraño, podía hacerle perder la noción del tiempo y volver a ese mismo instante buscando un recuerdo.


A cuatro mil revoluciones por minuto ella pudo ver como el corazón del chico se le abalanzaba. Entonces no solo le vio, sino que le miró. Incluso mas allá. Intento observar dentro de él y descubrir lo que aún no había descubierto. No hizo falta. Pestañeaba nerviosamente en exceso. Inquieta. Asustada. Ansiosa. Sin prisa. Sin tiempo. Paciente e impaciente a la vez. Sus labios temblaban sin saber que decir. Quizá tampoco hacían falta palabras. Quizá el silencio podía dar más respuestas, incluso a preguntas aún sin formular. O sí, pero formuladas en secreto vergonzosamente, tan solo dentro de cada uno de ellos. ¿Estaría el también pensado en besarse? Faltaron segundos para descubrirlo.


Ambos pudieron sentir las chispas, el frío y el calor naciendo en el corazón y salpicando cada pequeña parte de sus jóvenes cuerpos. Pelos de punta. Escalofríos. Ella tembló, no por frío, no por miedo. Tembló de amor, como jamás lo había echo. El se percató, y sonrío para sus adentros. Pensó que para ella tan solo le bastaba un grito de sus ojos, y un silencio de sus labios. Así lo hizo, y por eso se apartó. Ella vio como la miraba, por enésima vez. Le encantaba que lo hiciera. Le despertaba la duda, siempre la misma. ¿En qué pensaba mientras le miraba? Nunca se molestaba en preguntárselo, aquello rompería el juego. En aquel momento deseó parar el tiempo y hacer eterno el momento. Jamás había llegado a tal perfección en tan pocos segundos. Tenía miedo de moverse, de hablar, de sonreírle, e incluso de volver a besarle. Temía así romper en mil pedazos aquel bello momento. Quería lograr perder la noción del tiempo y mantenerse suspendida en el instante, en el lugar y en el momento en el que se encontraba. Mirándole, hasta la eternidad. Susurrándole este texto al oído. Viéndole sonreír. Besándole otra vez. Queriéndole más, aún sabiendo que era imposible. Sin importarle nada de lo que sucediera a su alrededor…

Oriol Colomar i Gemma Blasco.

Fotograf: Miguelanxo. L' Ury i jo.

Ella.


Ella. Tan fría unas veces y tan dulce otras tantas. Tan delicada y tan fuerte. Autoritaria, imponente. Esconde secretos, todos lo saben. Algunos incluso tienen miedo a cruzarse con su mirada. Dicen que hipnotiza, que te come por dentro. Que te habla con ella y te adivina el pensamiento. Inofensiva, pero no hasta la muerte. Sabe defenderse, y solo pocos lo saben. Muchos se dejan llevar por su falsa apariencia, pero les aseguro que conocerla vale más que la pena.

jueves, 9 de julio de 2009

Crees.


Crees saberlo todo pero no sabes ni si lloverá. Crees estar disfrutando y ni siquiera sabes lo que es la vida. Crees abrir los ojos pero aún estas soñando despierto. Crees estar en las nubes, pero ni siquiera has aprendido a volar. Crees oler las rosas, pero es diciembre y estas constipado. Crees ser listo, pero te olvidaste la chuleta en casa. Crees ser el más valiente, pero te escondiste cuando tocaba defender al inocente. Crees oír la melodía de la vida, pero tan solo oyes los cláxones y los coches circular por Barcelona. Crees ser el mas fuerte, pero lloraste con Titanic. Crees poder con todo, pero ya te picaron los mosquitos. Crees que no hablo de ti, pero te sentiste identificado.

Avisté estanterías que se asomaban enormes en las paredes de aquella húmeda y fría habitación. Escupían libros llenos de letra y vacíos de sabiduría. Entonces la vi, no tardé demasiado, pues el destello del cerrojo la delató. Casualidad o destino, como prefieras llamarle. Me acerqué a ella, sabiendo desde el primer momento que era y, sobretodo, que contenía. La abrí, de golpe. Sin más. Los reencuentros son dolorosos y no podía hacer eterno el momento. Entrecerré los ojos para no cegarme con la luz que previne saldría del interior. Cuando esta menguó, me asomé. Despacio. Precavida. Ansiosa. Asustada. Cautelosa. Impaciente y paciente a la vez. Saboreando el momento como si se tratara de un empalagoso caramelo. Comenzó a desfilar en mis narices el recuerdo de aquel amor tan pagano. Sabia que jamás debí guardar aquel amor que nunca logre olvidar del todo. Y menos en una estúpida cajita de madera bajo polvo, que no supo quererle como mi corazón si aprendió a querer...
A bruscos brochazos e ido pintándome un camino sobre el rocoso lienzo de los años. Preferiría haber sido acuarela, dejándome llevar por la fluidez del agua sobre un apacible y menos vertiginoso papel. Más clara, más transparente, incluso más bella. Camino por encima de los colores arrastrando la pintura. Reflejando el arco iris de la vida a modo de huellas de colores que delatan mi paso. Los colores son los que son, pero en la paleta cualquier mezcla es bienvenida. Y, cualquier color resultante, puede cambiar sin preguntar mi rumbo. De manera que, inevitablemente, cada uno acaba creando su propia y única obra de arte...


Foto: retrato mio, por el Artista Marcel.

Mi último recurso.


Por primera y rara vez mi último recurso no me funcionó. Nunca me había pasado. Siempre, siempre la música podía más que cualquiera de las cosas que se atreviera a asomarse por mi mente. Por si acaso, me acomodé por última vez los cascos y le di el play otra vez. Cerré los ojos, intenté sumergirme en la letra de la canción. En su rima. En sus versos. En sus notas… pero nada. No conseguía de forma alguna alejarme de aquel pegajoso pensamiento que tenía más que aborrecido.

lunes, 6 de julio de 2009

Recuerdos del viento.


Quizá el perfume de las flores y no él de nuestras palabras fue el error. Si es que lo hubo. Cuando los recuerdos los requisa el viento, y una tarde de lluvia le apetece prestártelos. Y les pegas un vistazo rápido, leyendo por encima. Leyendo entre líneas. No quieres mirar en lo profundo porque prefieres digerirlos aparentemente. Saben mejor así, sientan mejor. Los lees en un banco, sentada. Sin prisas, sin tiempo. Acomodándote en esa carcomida madera que te ofrece el calor de un otoño perdido. Bajo una lluvia que llora aquello que un día desaprovechaste. Primavera que no llega… Y a mansalva te lo hecha en cara, sin pudores, sin prejuicios. Prepotente. Pero no tienes paraguas, y debes cargar con ello. Mojarte hasta empaparte. Quizá mejor así, quizás sea una buena lección. Cuando las miradas no bastan. Porque dentro hay algo que duele. Y pega golpes queriendo salir. Desesperado, agotado, exhausto. Y tú no sabes lo que quieres, no sabes si debes. Lo vivido, vivido esta. Lo no-vivido, esa por llegar. Y quizá, aquel amor no apto para enamoradizos, también viene de camino. Porque lo prohibido atrae, lo nuevo interesa. Lo antiguo aborrece pero si muere, revive. Y si revive, desconcierta. Con vértigo, desde las alturas otra vez. El futuro se nos hecha encima y el destino, aunque escrito, quizás se deba corregir.
Cuando las nubes chocan, cuando de una flor brota otra, cuando dos ríos se juntan. Porque en un solo cielo no caben, porque un solo jardín es pequeño, porque un solo mar no basta. Cuando el querer se hace ver, acariciándote la piel. Pero el cielo prefiere la luz del sol, las flores mueren de pena, y el mar es tan falso que incluso empalaga. “Would you know my name, if I saw you in heaven? Will it be the same, if I saw you in heaven?…” Porque aquellos días fueron otros. Y lo sabes. Porque aquellos recuerdos son solo eso, recuerdos. Y eso también lo sabes. Pertenecen al pasado, son suyos. Mierda, y esto también lo sabes. No son tuyos. Tuyos ya lo fueron. Y él ahora los ha confiado al viento… . “Would you hold my hand, if I saw you in heaven? Would you help me stand, if I saw you in heaven?” Y sopla, sopla el viento. Despeinándote. Arañándote. Acariciadote. Posesivo, dominador, imponente. Sopla con fuerza, con un “hasta pronto” en los labios. Guiñándote el ojo, susurrándote que volverá, y que lo hará pronto. Le notas entre tu pelo, tras tu oreja, sobre los parpados. Pero sabes que aunque sea pronto, ese pronto siempre será tarde. Y entonces, del mismo modo que las palabras, los recuerdos. Pues esta vez, también puedes ver como se los vuelve a llevar el viento.


Aún teniendo la lamparita de la mesita encendida, descubrí aquello que tanto anhelaba, avergonzado en un rincón. Acurrucada, la encontré en la semioscuridad de aquella habitación improvisada en un viejo desván. Allí estaba, la esperanza que hace años se perdió entre los sonidos y los grises de un invierno quizá demasiado largo. Aquella que un buen día se largó sin avisar, sin dar las gracias, sin siquiera despedirse. Encontré una chispa, un puñado, un frasquito de ella. Era poca, y quería aprovecharla, puesto que no es precisamente su abundancia lo que la caracteriza. Esperanza… bonita palabra. La miré y no supe responderme al preguntarme que para qué la quería exactamente. Supongo que para olvidarla. Si más no, para olvidar aquel último recuerdo de ella que me pertenecía. Esperanza para creer que olvidarla no era una excepción a aquello tan famoso de que todo es posible.
Relajé los músculos, luego las ideas. Mas tarde los parpados. Apagué la bombilla ignorada, ya parpadeando, y me sumergí en mi personal baúl de los recuerdos. Lo abrí, de golpe. Sin más. Entrecerré los ojos para no cegarme con la luz que previne saldría del interior. Cuando esta menguó, me asomé. Despacio. Precavido. Ansioso. Asustado. Cauteloso. Impaciente y paciente a la vez. Comenzó a desfilar en mis narices el recuerdo de aquel amor tan pagano. Creí que ni siquiera hubiera hecho falta abrir el pesado baúl. Sin buscarlo, aquel recuerdo se me aparecía prácticamente incluso en la sopa. Recordaba su mirada con tal exactitud casi llevada a regañadientes hasta la exageración. Recordaba cada punzada de dolor, cada previa frase. Recordaba el ritmo de sus palabras, el tono de su mirada, la dilatación de sus pupilas y el latir de su pensamiento. Recordé como el nerviosismo la delató, como me impresionó echar de menos algo en ella aquel día. Eran recuerdos malos, mal recordados. Porque aquellos que se recuerdan al milímetro y milésima, siempre serán malos. Y se repiten, puntuales como el tictac de un maldito reloj de pared. Como el paulatino entrechocar de unos tacones contra un frío suelo de metal. Recuerdos demasiado sublimes. Demasiado perfectos. Demasiado inoportunos. Quizás, un tanto bonitos. O quizás demasiado otra vez…
Fotorafía: Ezzequiel, por after hours. Fuente de inspiración de este texto.