viernes, 25 de diciembre de 2009


Poseída por un falso espíritu navideño, deambule una vez mas entre mis pensamientos. Estos, por ser originales irónicamente, pasaron a ser recuerdos. Y al poco rato la nostalgia decidió visitarme. No quería dejarla pasar, pero insistió dulcemente en el rellano de la escalera. “Que mas da, hoy es navidad”. Me puse a charlar con ella. Tomamos un café tan amargo como dulce. Demasiado fuerte, quizá. Supongo que las apariencias engañan, pues sorprendentemente el rato que pasamos fue agradable. Le invité a la cena en familia que celebrábamos aquella misma noche. Cenamos pavo relleno de recuerdos. Todos juntos nos emborrachamos de felicidad y consumimos risas a mansalva. El mejor turrón de entre todos los que tajo mi tío fue el del cariño. Un tanto empalagoso al principio, pero el mejor de todos al fin y al cabo. Regalé abrazos y sonrisas. Si no hubiera sido mi familia me hubiera pasado la noche regalando personalidad. Pero con la familia, ya se sabe. Aparentemente todos sabemos escoger. Más entrada la noche las chicas dejamos los tacones en un rincón de la sala y ellos se sacaron el sombrero. Merecidamente, por supuesto. Bailamos el vals de la amistad y el amor. Los niños presentes, con su inmadura, propia y carente de importancia envidia de papel, quisieron bailar el súper tema del verano, en pleno Diciembre casi Enero en el que estábamos. Pues claro que si, así lo hicimos. Ya puestos, nos felicitamos el cumpleaños que aún tardaría en llegar. Brindamos divertidamente por nuestras futuras bodas y desayunamos gofres a las tres de la madrugada. Entre tanto, mi acompañante nostalgia se había esfumado sin yo darme cuenta, camuflándose entre el humo del cigarro de la impaciencia que ella misma se estaba fumando la ultima vez que la vi y que, como todo en la vida, acabó consumiéndose dejando unas tristes cenizas como rastro de su paso y un humo que aún se ríe sin piedad alguna del cambio climático. Quien lo iba a decir, incluso la consumista navidad fue creada para poder ser feliz.

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