jueves, 23 de julio de 2009


La luna se comía los últimos brillos de luz de aquella bochornosa tarde de Abril en el momento en que mamá cerraba los ventanales del salón, yo con el equipaje a mis manos y una montaña de momentos vividos a mis pies. Le di un abrazo. Uno de aquellos abrazos cálidos, tristes, melancólicos y llenos de cariño a la vez. Uno de aquellos que no son acompañados de palabras porque no las necesitan. Arrastré la maleta hasta el recibidor. Casi toda ella la ocupaban recuerdos y momentos que deseaba conservar. Lo demás, cuatro piezas de ropa mal contadas y una carpeta con escritos, partituras y viejos poemas.

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