La luna se comía los últimos brillos de luz de aquella bochornosa tarde de Abril en el momento en que mamá cerraba los ventanales del salón, yo con el equipaje a mis manos y una montaña de momentos vividos a mis pies. Le di un abrazo. Uno de aquellos abrazos cálidos, tristes, melancólicos y llenos de cariño a la vez. Uno de aquellos que no son acompañados de palabras porque no las necesitan. Arrastré la maleta hasta el recibidor. Casi toda ella la ocupaban recuerdos y momentos que deseaba conservar. Lo demás, cuatro piezas de ropa mal contadas y una carpeta con escritos, partituras y viejos poemas.
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