jueves, 23 de julio de 2009

Rutina.

Paró el despertador en la tercera repetición, como siempre. Se deshizo de la sabana de la pereza y se puso en pie ante un nuevo y hermoso día. Decidida a desayunar, con cara aun soñolienta, abrió la nevera y observó su contenido. Tristeza y alegría. “Mmmm…hoy toca alegría, que caduca pronto! La tristeza para otro día, que no tiene fecha de caducidad”, pensó. Después del último sorbo de vitalidad y del último bocado al sándwich de la madurez, fue al baño y entró en la ducha. El agua de la frialdad la sorprendió de golpe y sin previo aviso, pero ágilmente ella abrió el grifo de la dulzura y consiguió la temperatura perfecta. Con el jabón de la sinceridad se limpió la envidia y la falsedad y se secó con la suave toalla de la delicadeza. Se dirigió desnuda, sin ningún tipo de pudor, hacia su habitación para vestirse. Ropa interior alegre, pantalón tejano y camisa verde esperanza. Se calzó los tacones de la valentía y se dio cuenta de que ya no le venían grandes. “Llego tarde!”, pensó al mirar el reloj que tanto se come el tiempo que desaprovechamos. Fue otra vez al baño, peinó su larga cabellera rubia radiante con algo de prisa. Se maquilló; como siempre, tapando algunas de las imperfecciones que, al fin y al cabo, tenemos todos. Salió corriendo y cogió al vuelo la chaqueta rojo pasión. Cerró con doble vuelta de llave la puerta del amor y corrió enérgicamente por la escalera de la vida. Una vez en el vestíbulo, abrió de par en par la puerta de las grandes esperanzas y cerró la de los sueños rotos y promesas olvidadas. Salio dando grandes zancadas. Ella, tan hermosa, tan viva, tan mujer. Dispuesta, un día mas, a comerse el maldito mundo.

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