viernes, 30 de octubre de 2009
El repetitivo ritmo de sus pasos hipnotizaba. Unas ramblas solitarias, un cielo con el sol roncando, unas estrellas que como putas guiñaban el ojo intentando seducirla. Era martes, y las nubes se estaban pegando su lloriqueada nocturna, habitual en aquellos días de otoño. Ni ella misma sabía que hacía por allí a esas horas, tan tarde y tan pronto a la vez. Algo no encajaba, y eso la hacia estremecerse un tanto. Olvidó por completo el cigarrillo, que iba consumiéndose ignorando el mundo; ignorándola a ella; ignorando su extraño miedo. Sus pasos se aventuraban cada vez más apresuradamente ramblas abajo, con un Colón cada vez más cercano. Olía a lluvia y a humedad. A Barcelona mojada. A la ciudad durmiendo. A humo, a alquitrán, a sucio. Olía a maldad, a falsedad, a mentiras y prepotencia. De repente una oleada de frío la invade, recorriéndole todo el cuerpo como un interminable escalofrío. Frío, seguido de miedo. Y más tarde de pánico. Pánico en aquella calle tan sola y huérfana. En esa Barcelona con una triste melodía de fondo. Suena una canción que habla de soledad, mientras ella acompaña con sus pasos esas notas desafinadas, calle abajo. Con aquella delicadeza y a la vez frialdad de aquellos que no temen su pasado porque no les pertenece. Porque no lo vivieron. Porque se limitaron a quedarse observando cómo pasaba de largo. Y ahora les da miedo mirar atrás. Si es que hay algo atrás… Y ella, sin rumbo fijo, haciéndose preguntas. Encontrando una nueva pregunta en cada respuesta. Sin siquiera una meta. Ausente, distante y fría. Desconociendo incluso el rumbo de sus propios pasos.
jueves, 22 de octubre de 2009
No pienso irme de aquí sin conocer el amor. Sin conocer el dolor. Sin serlo todo para alguien, y que ese alguien lo sea todo para mi. No pienso desaparezer sin saborear la felicidad. Ni desvanecerme sin cojerle de la mano y valorar su calor. Sufrir el dolor, apreciar una flor. De la lluvia aprender que los días soleados no lo son todo. Del mar escuchar como nace, pero también cómo muere para nacer de nuevo. Del silencio crecer con su melodía. Crecer para creer, para saber, para desconocer. Para conocer que desconozco y re-conocer aquello que ya sé. No pienso irme sin sembrar, sin inculcar, sin observar.
Créate una filosofía propia, una religión, un modo de vida. Justifica aquello en lo que crees, habla de lo que sabes, calla de lo que no deberías saber. Confía, y haz que confíen. Hazte querer y créate un sitio. Destápate, sé original. Destaca y aprovéchalo. Pero corre, espabila. Que el tiempo es oro, y aqui, por desgracia, no todos somos ricos.
Créate una filosofía propia, una religión, un modo de vida. Justifica aquello en lo que crees, habla de lo que sabes, calla de lo que no deberías saber. Confía, y haz que confíen. Hazte querer y créate un sitio. Destápate, sé original. Destaca y aprovéchalo. Pero corre, espabila. Que el tiempo es oro, y aqui, por desgracia, no todos somos ricos.
lunes, 5 de octubre de 2009

Se despierta de golpe. Sin ayuda de nada. Ni siquiera de un soplo de aire. Quizá por un soplo de amor. Aún es oscuro pero no importa. Llueve, pero tampoco importa. Ni siquiera ve la lluvia porque la ventana está entelada. Simplemente la escucha. Quizá no necesita dormir más. Porque ya no le hace falta ni soñar ni cerrar los ojos para cegarse ante la realidad. Ahora la mira desde otra perspectiva. Y aunque el fin y al cabo la realidad sea la misma, ella prefiere ésta que ahora se asoma tímidamente tras la puerta de su vida.Envuelta en las sabanas y en unas repentinas e inevitables ganas de escribir. Veloz, no queriendo perder esas palabras que sabe que pueden irse en un abrir y cerrar de ojos de su cabeza. Le tiene al lado, dormido. Le acomoda el pelo detrás de la oreja. Observa su respiración. Y la nota, y la oye. Sigue escribiendo, mirándole y perdiéndose en su perfume. Inspirándose mientras éste se mezcla con el espeso azul del bolígrafo. Que obedece a las órdenes de aquella mano sabia en cuanto a palabras pero aprendiz aún de esas nuevas sensaciones que escribe, y que van recorriendo su cuerpo poco a poco. Muy poco a poco. Ocupando hasta el último huequecito de su corazón. Que aunque sea inmenso, le duele porque está llenito de amor, y puede que vaya a explotar. Y es feliz porque tiene suerte. Y lo sabe. Porque se siente llena. Y debe conservar ese momento. Esos pocos segundos, minutos, días o horas que dure. Porque sean los que sean, siempre serán pocos.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Extremos que se acarician.
Yo paso de las películas con argumentos raros pero soy protagonista en uno de ellos. Y lo peor es que no puedo evitarlo. O no quiero, incluso peor aún. No me dejaron escoger al director, y menos aún al otro protagonista. Y si dependiera de mí, el guionista ya estaría en la calle. Pero según tú nos podríamos llevar un premio igualmente. Las cosas son como son. Puede que últimamente incluso medio ebria diga cosas mas ciertas que nunca. No es que vaya mintiendo cuando no lo estoy, sino que me escondo las verdades, ¿no, querido? Buscando un beso. Que, como siempre, acabas encontrando. Seré complicada, pero no difícil. Y menos aún tonta. Quizá por desgracia. Tienes razón, te odio sobretodo cuando tus labios se acercan a los míos. Rechazo. Pero luego nerviosismo y resignación. Y consigues engañarme. Y sabias que lo conseguirías. Cabrón. Aún así, ni lo sabes todo, ni lo eres todo. Pero te da igual, incluso que te odie. Y sabes porqué. No hace falta ser muy listo, no? Y precisamente la ausencia de inteligencia no es lo que te caracteriza. De acuerdo, me cambiaré las lentillas. Pero no creo que así cambie la realidad. Porque, como tu dices, ésta siempre es la misma. Dices que la filosofía nos engaña. Que sepas que la tuya también. Ya no me creo nada. Y tu de mi tampoco. ¿Querías un beso? Aquí lo tienes. No mentiré, yo también los anhelaba. Y las excusas no eran mas que el escondite del querer olvidarte. Dices que soy diferente. Vete a saber a cuantas les diras lo mismo. ¿Que te ago pensar? ojalá sea cierto. ¿que sabes todo lo que pienso? Ahí te has pasado. Abril tiritaba de frío y de miedo porque lo teníamos olvidado. Pero si aquellas que tienen la inteligencia enterrada bajo tierra nos escupen, será por algo. Quizá no les guste nuestro papel ante tal argumento. Les diremos que compren palomitas y se acomoden en la butaca de la noche. Que conecten el contestador y disfruten de la sesión de cine. ¿Qué no les gusta la película? Pues que se jodan, a mi tampoco me gusta. Y menos aún el quererte y a la vez odiarte.
Hay soles que brillan cada día, del mismo modo que hay lunas que unas noches crecen y otras decrecen. Pues puede que en el amor sea igual. Aunque hay amores que no son efímeros, tampoco son eternos. Y aunque no sean eternos, son casi imposibles de olvidar. He dicho casi. Porque luego ya depende de si nosotros decidimos colocar las nubes delante porque no aceptamos que esa luz brille cada día. Y sabes que saldrá cada mañana. Por eso te encierras, te torturas a ti mismo porque no le puedes olvidar. Es el recuerdo de algún querer lejano. Que forma parte del pasado pero no quiere dejarse caer en el pozo del olvido. Todos los recuerdos de un amor luchan por sobrevivir. Una lucha constante mas poderosa que tu. Y solo algunas personas son capaces de convertir aquellos soles en lunas. Luego esas lunas crecen, y decrecen. Y vuelven a crecer y a decrecer. Una lucha constante. Hasta una noche lo consigues. Aquella luna decrece del todo. Eso es lo que yo llamo olvidar un amor. ¿Prefieres colocar nubes delante de él cada mañana para no cegarte con la luz de aquel recuerdo? ¿Que eres, de los que olvidan pero no perdonan? La ignorancia no es lo mío. Y, el ser conformista, tampoco. Por eso lucho. Y sufro. Sufro para no sufrir mas tarde. Eso, eso es olvidar. Olvidar y comenzar de nuevo. Comenzar de nuevo viviendo para ti, solo para ti. Hasta que aparezca un nuevo sol que, a la vez que brille, te dé algo de calor.
Ya pasee por las desiertas calles de mi mundo y me di cuenta de que muchos iban perdidos. Pocos sabíamos exactamente a hacia donde se movían nuestros pies. Hacia donde se dirigian nuestros pasos y hacia dónde se aventuraban nuestras huellas. Aún así, habia un problema; ese no era nuestro sitio. Se nos quedaba a veces demasiado pequeño y a veces demasiado grande. Quizá ese extraño mundo no estaba hecho a nuestra medida…
Frágiles palabras.
Frágiles palabras que quizá no dicen nada. Para algunos solo sonidos. Solo dígitos. Por desgracia solo pocos hablan la lengua de las palabras. Pobres vagabundas en un mundo que la mayoría ignora. Mas pobres todavía cuando algunos no las respetan. Pero mas respetadas aún cuando algunos pobres las comprendemos. Y decidme, palabras; ¿que voy a hacer con esos recuerdos que ya no quiero? Yo les digo que se vayan pero no me hacen caso... Basta. Decidles que son agua pasada. Yo he cambiado y ellos no, por eso no me comprenden. Ya no encajan aquí, este no es su sitio. Diles que se esfumen en el tiempo de una maldita vez. Ahora las tengo a ellas y, a veces, tan solo con eso me basta.
jueves, 10 de septiembre de 2009

Aunque parezca que el cielo se vaya a derrumbar, puede que el sol aún permanezca detrás de las nubes. Al fin y al cabo la vida no siempre es mala, no siempre da palizas. Quizás mas tarde, ya pasada la tormenta, descubrimos que en realidad la lluvia que mojaba era dulce. Agua dulce, cariñosa. Como los enfados de mamá. Puede ser que la solución a la enigmática ecuación de la vida sea dejar las preguntas a un lado. Si mas no, ahogarnos en retoricas. Dejar que tu mente esté de vacaciones hasta la eternidad. Porque a veces en la propia ignorancia se esconde la felicidad. Pero hay que saber escojer. No todo es malo, pero no todo es bueno. Soy una persona tan extremista como de grises, y reconozco que he metido la pata muchas veces.Pero pocas veces en lo mismo. Tambien hay que dejarse enseñar.Pensarse las cosas dos veces, del mismo modo que hay que vivir el momento e improvisar. Una cosa no quita la otra. Porque un dia te das cuenta de que vives en un mundo egoísta, difícil de recorrer para algunos. Facil de ignorar para muchos. Dificil de advertir para unos pocos. Y entonces es cuando te sientes orgulloso de ver el mundo desde tus ojos y de recorrerlo en tus propios zapatos.
martes, 8 de septiembre de 2009
Nàufrags, en un silenci sublim i sepulcral. En un mar de dubtes massa dolç. Ànimes a qui el do de témer no sel’s ha concedit. Un joc de taula on no hi ha guanyador, i alhora el parador d’aquest es coneix des de un bon principi. On el que conta son els moviments, les jugades, evitant un final i disfrutant d’una partida sempre inacabada. Perque ara la vida, encara està pensant la seva jugada. Es el seu torn. Tanca els ulls, respira. Deixa’t portar on ella vulgui. Perque despres, ets tu qui mou les fitxes. Buscant sempre una efimera victoria...


Dos pisos más abajo, en la calle, Jaime levantó la cabeza ante el bloque de pisos que tanto conocía. El color crudo de la fachada no había cambiado. La enredadera de la vecina del primer piso seguía igual de tupida. Incluso reconoció las cortinas de sus ventanas y se le hizo raro no abrir con sus propias llaves. Saludó al portero, compartió unas breves palabras con él y llamó al ascensor. Mientras este acudía a su llamada, pudo comprobar como ahora alguien sí se molestaba en regar las plantas del recibidor. Sonrío para sus adentros. El ascensor bajo y abrió las puertas, como aquel viejo amigo que te abre los brazos, después de mucho tiempo sin verle, para darte un abrazo que olvida todo aquello malo que pudo ocurrir entre ambos. Se miró al espejo y se preguntó que era de aquél chico que ella conoció en su día tantísimos años atrás. Cuantas cosas habían cambiado. Luego se centró en lo que debía decirte. Ni idea. No tenía ni idea de cómo decírselo. Improvisar quizá sería una buena opción. De hecho, la única a esas alturas. Frente a la puerta, no pudo evitar sonreír al recordar la cara de alucinación del dependiente de la tienda de felpudos y alfombras ante la infantil discusión que protagonizaron ellos dos. Que recuerdos. Dudó y pulsó el botón. Sonó el timbre. Sobresaltada otra vez- quizá estaba un tanto sensible ese día- fue a abrirle la puerta al hombre que siempre quiso y a las explicaciones que deberían venir con él. (...)Ella, callada. Sin saber que decir. Sin saber qué hacer. Y él se fue, dejándola allí. Inmóvil, incapaz de pronunciar cualquier palabra. Se fue sin atreverse a enfrentar su mirada. No tuvo valor. Con sabor a vino y a la mujer que siempre quiso en los labios, y un sabor amargo en el corazón. ¿Seria ese el sabor de la verdadera tristeza? Fuera, el color negro de la noche más que comenzada asustaba. Quizá fueran los remordimientos los que asustaban. Subió el coche. Primero disfrutó de los segundos en que el acolchado sillón se acomodaba en su cuerpo. O a la inversa, daba lo mismo. Luego arranco el coche rumbo a casa, pisó el acelerador y echó a llorar bajo la luna de una noche estrellada de aquellas que jamás de olvidan.
lunes, 7 de septiembre de 2009
El anhelo de escribir.

Llegó al viejo portal con el paraguas roto y quizá con la esperanza también a pedazos, chorreando toda ella tanto de tristeza como de agua. La tormenta asustaba. Los truenos de esta, que parecía que asomaban sin importancia como simples bostezos, ponían los pelos de punta. De nuevo, se le antojaba la vida algo espesa y pesada, difícil de llevar encima para una persona como ella, frágil y débil. Porque aunque aparentemente siempre fue fuerte, la mayoría de los mortales no habían sentido el vértigo tras asomarse a las profundas grietas de su corazón. Nunca nadie, ni siquiera ella, supo en que momento de su vida su alma se había agrietado. Ella sostenía la hipótesis de que siempre fue así. Que el único problema era que aun no había encontrado nada con que repararlas.
Al entrar, dejó las botas en el recibidor y tiró el paraguas a la basura. Ignoró por completo el espejo del pasillo. No tenia ganas de ver a su otra "yo". Con su misma cara de mala ostia, su mismo pelo encrespado y sus mismas raíces negras que pedían a gritos una visita urgente a la peluquería desde hace semanas. Nada mas entrar en su estudio vio las hojas en blanco en la maquina de escribir e hizo instintivamente una mueca que tan solo podía interpretarse como la mas sincera desgana ante tal escena. Le hubiera gustado no pensar mas en ello y relajarse en esa esa maldita tarde-noche gris. Pero fracasó en el intento.
¿A dónde demonios habrían ido sus palabras? Hubo una época en que eran su mejor compañía. Siempre andaban por allí, correteando por el pasillo, entre las plantas. Algunas felices y otras no tanto, pero estaban allí. Unas mas fieles y otras quizá no demasiado. Pero estuvieron allí. ¿Y ahora? Ahora se sentía una amargada escritora con anhelos ya no de publicar, sino de escribir aunque fueran sus penas. Se sintió analfabeta por momentos. Luego se dio cuenta de que aquella era la mas grande tontería que se le había antojado por su desordenada mente en semanas. Luego se sintió tonta. Y eso ya no le parecía tan tontería. Se enfrentaba a una hoja en blanco y ni siquiera era capaz de escribir un solo párrafo con sentido. Ya no pedía algo con que saciar el exigente paladar y el hambriento apetito de cualquiera de sus lectores. Pedía tan solo saciar su ansia. Saciar su desaparición ante su sensación de estar perdiendo aquél "don" que todos los mayores le dijeron que tenía cuando su época del acné. Saciar las tremendas ganas que le abordaban de pronto de escribir.
Encendió un cigarrillo que se fumó en el balcón de la habitación. Despacio. Disfrutando cada calada y sacando el humo lentamente, sin prisas. Lo mas despacio posible, sumergida en aquella habitual tortura para sus pulmones. Seguía lloviendo, y parecía que lo haría durante horas.
De pronto, entre el contraste del humo y la luz de las farolas, vio algo extraño. Luego notó en sus pies descalzos como una especie de hormiga que le pasaba por encima. "Lo que me faltaba, una maldita invasión de mosquitos!" pensó. Pero luego las reconoció. Y sonrió para sus adentros. Quizá incluso no pudo contener reírse de verdad. Que todos la oyeran. Hacia tiempo que no las veía pero pudo perfectamente reconocerlas. Una larga hilera de palabras flotaban en el aire y por el suelo del balcón, y se dirigían directamente hacia el estudio. No habían sido invitadas pero ella estaba dispuesta a tratarlas como el mejor de sus huéspedes. Parecía que ya no llovia agua. Llovian palabras. Y seguían, seguían entrando por los ventanales del balcón, una tras la otra. Luego por todas las demás ventanas de la casa. Todas bellas. Como bailando al son de la melodía de aquella noche de lluvia. Y así, ella entra rapida y agilmente, cerrando la puerta tras si. Luego encerrandose en casa. Evitando que se escaparan. Que huyeran. Y ella seguía feliz.
Durante toda la noche, se dejó seducir por ellas. Estubo durante horas sumergida en quién sabe que argumento o que personajes. Daba igual, porque aquella noche escribió para ella. Que mas daban las palabras que usara, sus parrafos, sus frases. Tan solo le importaban a ella, y eso ya era suficiente. Por primera vez escribía sin barreras, sin limitaciones. Escribió con empeño , dedicándose al cien por cien en aquella complicada tarea de escribir para complacerte a ti mismo.
Hubo un momento en que comenzó a sentirse algo mas llena. Comenzó a sentir que quizá cerrar aquellas heridas y reparar aquella grietas, no era del todo imposible. Escribió hasta que se le agotaron las palabras. Hasta que hubo plasmado hasta la ultima línea de sus pensamientos. Hasta que de nuevo, en la vida fragil y debil de aquella escritora, volvió a salir el sol.
Al entrar, dejó las botas en el recibidor y tiró el paraguas a la basura. Ignoró por completo el espejo del pasillo. No tenia ganas de ver a su otra "yo". Con su misma cara de mala ostia, su mismo pelo encrespado y sus mismas raíces negras que pedían a gritos una visita urgente a la peluquería desde hace semanas. Nada mas entrar en su estudio vio las hojas en blanco en la maquina de escribir e hizo instintivamente una mueca que tan solo podía interpretarse como la mas sincera desgana ante tal escena. Le hubiera gustado no pensar mas en ello y relajarse en esa esa maldita tarde-noche gris. Pero fracasó en el intento.
¿A dónde demonios habrían ido sus palabras? Hubo una época en que eran su mejor compañía. Siempre andaban por allí, correteando por el pasillo, entre las plantas. Algunas felices y otras no tanto, pero estaban allí. Unas mas fieles y otras quizá no demasiado. Pero estuvieron allí. ¿Y ahora? Ahora se sentía una amargada escritora con anhelos ya no de publicar, sino de escribir aunque fueran sus penas. Se sintió analfabeta por momentos. Luego se dio cuenta de que aquella era la mas grande tontería que se le había antojado por su desordenada mente en semanas. Luego se sintió tonta. Y eso ya no le parecía tan tontería. Se enfrentaba a una hoja en blanco y ni siquiera era capaz de escribir un solo párrafo con sentido. Ya no pedía algo con que saciar el exigente paladar y el hambriento apetito de cualquiera de sus lectores. Pedía tan solo saciar su ansia. Saciar su desaparición ante su sensación de estar perdiendo aquél "don" que todos los mayores le dijeron que tenía cuando su época del acné. Saciar las tremendas ganas que le abordaban de pronto de escribir.
Encendió un cigarrillo que se fumó en el balcón de la habitación. Despacio. Disfrutando cada calada y sacando el humo lentamente, sin prisas. Lo mas despacio posible, sumergida en aquella habitual tortura para sus pulmones. Seguía lloviendo, y parecía que lo haría durante horas.
De pronto, entre el contraste del humo y la luz de las farolas, vio algo extraño. Luego notó en sus pies descalzos como una especie de hormiga que le pasaba por encima. "Lo que me faltaba, una maldita invasión de mosquitos!" pensó. Pero luego las reconoció. Y sonrió para sus adentros. Quizá incluso no pudo contener reírse de verdad. Que todos la oyeran. Hacia tiempo que no las veía pero pudo perfectamente reconocerlas. Una larga hilera de palabras flotaban en el aire y por el suelo del balcón, y se dirigían directamente hacia el estudio. No habían sido invitadas pero ella estaba dispuesta a tratarlas como el mejor de sus huéspedes. Parecía que ya no llovia agua. Llovian palabras. Y seguían, seguían entrando por los ventanales del balcón, una tras la otra. Luego por todas las demás ventanas de la casa. Todas bellas. Como bailando al son de la melodía de aquella noche de lluvia. Y así, ella entra rapida y agilmente, cerrando la puerta tras si. Luego encerrandose en casa. Evitando que se escaparan. Que huyeran. Y ella seguía feliz.
Durante toda la noche, se dejó seducir por ellas. Estubo durante horas sumergida en quién sabe que argumento o que personajes. Daba igual, porque aquella noche escribió para ella. Que mas daban las palabras que usara, sus parrafos, sus frases. Tan solo le importaban a ella, y eso ya era suficiente. Por primera vez escribía sin barreras, sin limitaciones. Escribió con empeño , dedicándose al cien por cien en aquella complicada tarea de escribir para complacerte a ti mismo.
Hubo un momento en que comenzó a sentirse algo mas llena. Comenzó a sentir que quizá cerrar aquellas heridas y reparar aquella grietas, no era del todo imposible. Escribió hasta que se le agotaron las palabras. Hasta que hubo plasmado hasta la ultima línea de sus pensamientos. Hasta que de nuevo, en la vida fragil y debil de aquella escritora, volvió a salir el sol.
domingo, 6 de septiembre de 2009
domingo, 26 de julio de 2009
Monólogo de una soñadora compulsiva.
Antes de sumergirme junto a la muchedumbre matinal en la entrada de la estación miro una vez más el cielo. Si, está despejado y es de día. Le guiño el ojo a uno de aquellos tristes pájaros, pero no me escucha. ¡Qué desastre!, incluso a ellos les hemos contagiado la manía que tenemos la sociedad de no escuchar. Hablamos sin escuchar y miramos sin observar…. Y así, me encuentro de nuevo entregando el desayuno a la máquina que pasa y marca cada viaje en las tarjetas del tren. Hay días en que me parece que incluso se relame, saboreando las tarjetitas y divirtiéndose con ésta, su única distracción. Entonces me doy cuenta de que no puedo ni mucho menos quejarme.
Y yo aquí, rebosándome la esperanza pero sin poder huir de mi destino y buscar uno mejor. Esperando en la estación de los soñadores con sueños por cumplir. Esperando un nuevo día, que no me espera a mi. Esperando pero sin desesperarme. Llevada por la corriente, por este modelo de sociedad que en realidad no funciona. Siempre preferí improvisar la vida, pero nunca di siquiera un paso para hacerlo. Ahora querido lector, debo subir a este tren de la suerte que por lo que veo, ya llega.
En la siguiente parada, por casualidad, me encuentro a la Vida. No tiene muy buen aspecto, pero se la ve feliz. Le ofrezco mi asiento. Aprovecho para preguntarle el porqué de todo esto. De las dudas. De los errores. De lo desaprovechado.
Ante esto, la Vida solo es capaz de responderme, con voz vieja pero sabia. Con paulatinas pero ardientes palabras:
- Querida, tu futuro huele a felicidad y esperanza. Aprovecha el momento, nunca sabes cuál será la última parada en la que podrás bajar de tu tren.
Intento evitarlo, avergonzada como una niña. Pero mis ojos se iluminan y en mi rostro diría que se dibuja un esbozo de sonrisa. Y sin siquiera despedirme, bajo del tren. En la estación de siempre, pero hoy de otro color. Salgo a la calle y miro el mundo. De momento, mi pequeño mundo lo tengo en la palma de mi mano. Esta vez estoy atenta, prudente y a la vez disfrutando. Esta vez me he propuesto cerrarla a tiempo. Justo a tiempo. Antes de que el viento comience a soplar.
Y hoy, un día cualquiera. De los muchos que con suerte me quedan. Ahora que lo pienso, debería aprovecharlos porque no sé cuándo ésta máquina expendedora de tiempo llamada vida va a estropearse. Me gustaría ir a la playa, coger arena y que ésta sirviera para rellenar los relojes que van vaciándose sin prisa pero sin pausa. Si todo fuera tan fácil, ¿no, querido lector? Y sonrío, una vez más. Yo, tan hermosa, tan viva, tan mujer. Dispuesta, un día mas, a comerme el maldito mundo.
Y yo aquí, rebosándome la esperanza pero sin poder huir de mi destino y buscar uno mejor. Esperando en la estación de los soñadores con sueños por cumplir. Esperando un nuevo día, que no me espera a mi. Esperando pero sin desesperarme. Llevada por la corriente, por este modelo de sociedad que en realidad no funciona. Siempre preferí improvisar la vida, pero nunca di siquiera un paso para hacerlo. Ahora querido lector, debo subir a este tren de la suerte que por lo que veo, ya llega.
En la siguiente parada, por casualidad, me encuentro a la Vida. No tiene muy buen aspecto, pero se la ve feliz. Le ofrezco mi asiento. Aprovecho para preguntarle el porqué de todo esto. De las dudas. De los errores. De lo desaprovechado.
Ante esto, la Vida solo es capaz de responderme, con voz vieja pero sabia. Con paulatinas pero ardientes palabras:
- Querida, tu futuro huele a felicidad y esperanza. Aprovecha el momento, nunca sabes cuál será la última parada en la que podrás bajar de tu tren.
Intento evitarlo, avergonzada como una niña. Pero mis ojos se iluminan y en mi rostro diría que se dibuja un esbozo de sonrisa. Y sin siquiera despedirme, bajo del tren. En la estación de siempre, pero hoy de otro color. Salgo a la calle y miro el mundo. De momento, mi pequeño mundo lo tengo en la palma de mi mano. Esta vez estoy atenta, prudente y a la vez disfrutando. Esta vez me he propuesto cerrarla a tiempo. Justo a tiempo. Antes de que el viento comience a soplar.
Y hoy, un día cualquiera. De los muchos que con suerte me quedan. Ahora que lo pienso, debería aprovecharlos porque no sé cuándo ésta máquina expendedora de tiempo llamada vida va a estropearse. Me gustaría ir a la playa, coger arena y que ésta sirviera para rellenar los relojes que van vaciándose sin prisa pero sin pausa. Si todo fuera tan fácil, ¿no, querido lector? Y sonrío, una vez más. Yo, tan hermosa, tan viva, tan mujer. Dispuesta, un día mas, a comerme el maldito mundo.
jueves, 23 de julio de 2009
Rutina.

Algún día.

Algún día abriré puertas sin miedo. Algún día aprenderé a hacerle la pelota a la vida para que no me deje de lado, aprenderé a valorar lo que tengo. Algún día conseguiré esperar sin desesperarme o abrir la caja de recuerdos sin temblar. Algún día aliñaré mi vida con las saladas lágrimas ennegrecidas por el rimel. Algún día aprenderé a exprimir las veinticuatro horas de un día. Y los siete días de la semana. Y los trescientos sesenta y cinco de cada vela de más. Algún día tendré el valor de coger un barco de papel sin rumbo fijo. Algún día dejare las preocupaciones para siempre, hablaré con la mirada y seduciré con la palabra. Algún día me guardaré arena en los bolsillos para ir rellenando los relojes. Algún día le tendré a mi lado y recuperaremos el tiempo perdido. Algún día subiré el último peldaño y llegaré al cielo. Luego aré la siesta en una nube. Y volaré sin ayuda de nadie. Algún día despertaré y olvidare los interrogantes para siempre.Algún día dejaré de parpadear para no perderme ni una milésima de segundo de la función de mi vida. Luego aplaudiré, aunque sea por quedar bien. Igual me doy pena. Igual algún día dejo de ser exigente y me conformo con una sonrisa y no una carcajada. Quizá algún día consiga dar el cariño que aún no he dado. Quizá, algún día…

Mar.

Dicen que el mar guarda las palabras que durante siglos se llevó el viento. También dicen que en su fondo permanecen todos los recuerdos de tiempos anteriores. Como si él mismo tratase de salvar las miradas, las palabras, los rostros o los susurros que quizá acabaría borrando el tiempo.Que sus peces tan solo son el antifaz del alma generosa que esconde su interior.Dicen que la belleza que otorgó Dios en sus aguas cristalinas fue la compensación por hacer tan hermosa y compleja tarea. Que sin él solo viviríamos del presente, dejando en el olvido un pasado quizá no tan lejano. Dicen que su agradable perfume, el susurro de sus oleadas y el tacto de su arena son su manera de llegar a nuestro presente y a nuestras mentes. Como si esa sensación de paz y tranquilidad que constantemente desprende fuese la traducción de la poesía mas hermosa del mundo.
Fugazes pensamientos en horas de clase.
Suena el timbre después del patio. Clase de biología. Como no, toca soportar el tostón de siempre. Me explican el porque se te erizaba el pelo de la nuca cuando el caminar de mi dedo recorría tu espalda. Pero, ¡Qué decepción! La profesora dice que no tiene nada que ver con los sentimientos, que todo son estímulos y gilipolleces que te las puede hacer incluso tu gato. Y sigue la clase, pero desconecto y me pongo a mirar por la ventana como circulan los recuerdos por Paseo de Gracia, todos contaminando poco a poco la ciudad de mi mente. Total, la profesora no hace más que hablar sobre cosas que me recuerdan a todas nuestras noches. Si, aquellas tan llenas de falso amor. Aquellas funciones sobre un escenario con parquet podrido y cuyos actores de pacotilla eran enchufado y sobreactuaban. Recuerdo que la función de nuestra historia no tubo éxito. Que las estrellas se durmieron del aburrimiento y olvidaron aplaudir.

La luna se comía los últimos brillos de luz de aquella bochornosa tarde de Abril en el momento en que mamá cerraba los ventanales del salón, yo con el equipaje a mis manos y una montaña de momentos vividos a mis pies. Le di un abrazo. Uno de aquellos abrazos cálidos, tristes, melancólicos y llenos de cariño a la vez. Uno de aquellos que no son acompañados de palabras porque no las necesitan. Arrastré la maleta hasta el recibidor. Casi toda ella la ocupaban recuerdos y momentos que deseaba conservar. Lo demás, cuatro piezas de ropa mal contadas y una carpeta con escritos, partituras y viejos poemas.
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