miércoles, 8 de junio de 2011

Despiértame.

Despiértame

cuando no pueda ser más niña,

cuando el mundo lo gobiernen otros,

cuando el corazón del rico

no sea el más pobre.

Despiértame

sólo cuando se sonría

más todavía,

cuando en el mundo haya más poesía

que hipocresía.

Despiértame

sólo entonces.

Y grita fuerte mi nombre.

Rescátame

de este vuelo hacia el cielo

de esa fuga en alas de fuego

entre los grises de una tormenta

que llora un futuro incierto.

Y verás,

que ahí arriba yo sigo soñando

mientras esta ascensión infinita

me lleva, quién sabe,

quizá hacia la libertad.

lunes, 25 de abril de 2011

Mientras te fumas el cigarrillo apoyada en la lavadora, porque prefieres eso a dormir junto al de los ronquidos, descubrir que desearías meterte en ella. En la maldita lavadora. Siendo consciente que todos tus vecinos yacen felices o no tanto en sus sueños, que vete tu a saber las miles de historias que suceden ahora mismo en tu edificio, el que parece irse a derrumbar cualquier día por insípido. Desear abrir la pequeña puerta redonda, entrar de un salto, acomodarte y en posición fetal volver a nacer. Volver a nacer. Volver a nacer. Volver a nacer. Empezar de nuevo. De cero. Meterte, lavarte de pies a cabeza. Marearte dando vueltas y vueltas y vueltas y vueltas en el mismo sentido con el mismo ritmo durante horas. Marearte hasta olvidar todo lo anterior. Y salir, chorreando, con el peculiar olor a suavizante aquél del que dicen milagros en la televisión que te gustaría tirar por el balcón, tenderte boca abajo, por lo pies, aprovechando estar chorreando para llorar en silencio porque no sabes quien eres, ni de donde vienes, ni siquiera a donde vas. Confundiéndose tus lágrimas con el agua que notas caer. Pero hueles bien, y aunque estés aún sucia por dentro, hueles bien y eso es lo que importa, ¿no?. No, no lo sabes. Nadie lo sabe. Descolgarte y con los pelos de loca y mojados, ir a la habitación porque sabes que aquél desconocido, el que crees querer, te está esperando para ya sabes bien qué. Y si te pide que se lo hagas otra vez, entonces hacerle una paja mental, y chuparle las entrañas, anhelando descubrir si los pasadizos que esconde realmente valen la pena. Entender que no todo es lo que viste hace un tiempo. Que más allá de la barrera que aparece no se sabe cuando ni dónde, hay algo más. Dónde puedes escribir poemas a oscuras, en sus espaldas, para sentirlos sin verlos y hacer de las palabras lo más efímero que hayas podido imaginar nunca. Y al que te pida que le escribas un poema, hacérselo eterno, infinito, que sus días sean los versos, los meses sean las estrofas y las rimas sean los momentos importantes, aquellos que desestabilizan en todos los sentidos posibles y por haber, pues por todos es sabido que la rutina no te gusta, no te gusta nada, y no buscas la estabilidad emocional porque ni siquiera sabes lo que es. Y entre vuestros días de subidas y bajadas, vivir pasándoos la métrica por dónde os quepa. Porque para vosotros sí existen las rimas, si las veis, las sentís y las vivís. Y mientras vuestro poema os rima a vosotros, en vuestro particular mundo de locos cuál pequeña isla desconocida como un minúsculo punto en un mar infinito que algunos creen navegar, pensar - “que más darán los demás”- mientras miras fijamente la maldita lavadora que no te atreves a abrir por miedo a cambiar, porque incluso así no sabes quien eres, ni de donde vienes, ni siquiera a donde vas.


Perdona, lo sé, te debo una disculpa.

Olvidé aquello,

de que mis latidos

son contaminación sonora

para tus oídos.

Quiero creer,

que por eso

ahora no oyes

(o no escuchas)

mis gritos.

Que en la realidad paralela,

donde habita lo invisible a los ojos,

desgarran,

sin dejar huella ni eco,

el silencio de una noche

que no tiene ni puta gracia

sin ti.

Desperté con dos caras de una misma moneda,

Con las balas de un sabio dispuesto a apuntar,

Con la plumas de un cisne que empieza a bailar,

Con las alas de un ángel

Que prefiere volar a llorar.

Discutí con el sol por marcharse tan pronto,

Me emborraché con la luna y le dije "¡no tarde usted en volver!."

Odié al verdugo que me fulminó sin tapujos

y luego le admiré.

Porque solo él pudo desnudarme con palabras,

y con miradas y gestos

conocerme más que yo ante un espejo

de infinitos reflejos

que aún no saben a cual de los dos admirar.

Fui amante,

Fui arrogante,

Grité a aquellos que más susurros merecían,

tuve prisa y miedo al vivir lo importante.

Estudié en la escuela de la vida.

Llegué al mundo puntual

y jamás volví a serlo.

Dije y luego olvidé lo dicho.

Olvidé como decir lo decisivo.

Como decidir lo necesario,

Como necesitar lo prescindible,

Y como prescindir de lo inevitable.

Obvié miles de disculpas,

perdoné pocas promesas manchadas.

De mis bolsillos cayeron trizas

de papeles de libreta

que olvidé ser sueños ajenos.

Pues en un gesto violento

quien sabe si ira

quién sabe si miedo

preferí llenarme

de espléndido ego.

Y aún lucho para ganar

la batalla contra la codicia

y no acabar como aquél

gordo y rebosante de sangre ajena

que tras girar la esquina de la dignidad

y oír una desgarradora súplica escondida en la lluvia

decide no haberlo oído

y haciendo caso omiso

se esconde bajo al paraguas de la falsa fortuna

se mira en un charco

sonríe

y pletórico, arrogante y soberbio,

con desdén e insolencia

grita a un cielo nublado

"¡soy y seré

el maldito rei del mundo!"

Nadie aún sabe

que su vida,

su canturreo y su carantoña

comenzará a quebrar pasado mañana.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Tirar de ti desde arriba de la escalera para subirte conmigo a la altura de las nubes y soportar que te resistas, que tires de mí, diciéndome “vuelve a la tierra”, que no habría escalera al cielo sin azotea, ni azotea sin cielos, ni cielo sin ojos, ni ojos sin miradas, ni miradas sin sentir. Y saber que tú que estás atado a la tierra por la cadena del miedo, de la ciudad gris, del olor a freno, de las 8 de la mañana en la oficina, del café con sacarina. Por la dictadura de los hombres con paraguas de la Gran Vía, de los que se esconden de la lluvia, de consejos que deambulan por el aire como motas de polvo ignoradas, de contaminación lúminica, sonora, mental y anímica. De profesores que dicen “no comas chicle en clase” pero nunca dijeron “chaval, persigue tus sueños”, de idiomas que se expresan diciendo "no puedo", en lugar de "estamos en ello", de aquellos que solo miran la moneda por la cara que les ha tocado, de esqueletos que decidieron hacer todo el viaje con las persianas bajadas, ignorando que al otro lado había un paisaje que contemplar. De títeres de agujas de reloj que roban cada día un poco más de sangre. Desangrándonos hasta quedarnos en piel y huesos. De tiempo cleptómano de libertad, del espacio, del hoy y de los sueños que cada día nos pertenecen menos. Y te siento tirar de mí cada vez con más fuerza y más fuerza. Y mi mano se desliza lentamente dentro de la tuya, hasta tan solo tocarnos los dedos y decirte, mientras caes, que lo siento. Que yo me quedo aquí hasta que se me lleven. Con la esperanza sostenida por un hilo de que allí abajo existen aún las miradas, y los ojos, y los cielos, y las azoteas, y el sentir. Porque sin sentir no habría escalera a las nubes. Hasta que nos la quiten y caigamos definitivamente al vacío, y justo en el preciso instante del choque perdamos todo lo que llevamos dentro, si es que nos queda algo que no sea anecdótico, algo por lo que luchar, algo que merezca ser guardado para la posteridad y pongamos nuestos pesados pies de plomo y hagamos temblar los pilares que sostienen una tierra y un hoy que nos hemos adueñado sin permiso pero que, en realidad, nunca nos ha pertenecido.

domingo, 13 de marzo de 2011

Motivos para correr.

Deja de correr para no alcanzar nada.
No huyas de las pifiadas
para perderlas de vista.
Corre si una mañana
de resaca de domingo
adviertes que se te escapa
de puntitas la felicidad.

Y entonces hecha a correr.
Corre porque los trenes tardan mucho en volver.
Corre por las palabras que nunca le dijiste.
Corre por la inocencia que un día se fue.

Corre bajo la lluvia
y enseñales bailando con ella
que mojarse es más divertido
que ahogarse de pena y sin fé.
Piensa en el mañana
y olvida el ayer.
Diles que no hay escusa que valga,
Que es gratis aún sonreír por doquier.
Diles que no es un derecho,
que estan obligados a sentir.
Y gritale al maldito mundo
que tu hoy puedes ser feliz!

Saca las acuarelas
del desván de tus días grises.
que hoy toca apartar las nubes
a brochazos de color.

Porque es peligroso nadar
en este mar de hipocresía
al que llaman ciudad.
Puede que algún día
olvides tu verdadero rumbo.
Entonces hecha la vista hacia atrás,
y recuerda que el horizonte
te hizo soñar.
Y recuerda aquellas verdades
que te hicieron temblar.
Corre porque al reloj le das igual.
Corre porque quedarse quieto es de cobardes.
Corre porque la vida puede rimar,
y corre porque se hace camino al andar.

Saca las acuarelas
del desván de tus días grises.
que hoy toca apartar las nubes
a brochazos de color.
Alza tus blancas velas
y desnúdate a la noche
que hoy toca beber caricias
de la copa del amor.

Diles que no es un derecho,
que estan obligados a vivir.
Y gritale al maldito mundo
que tu hoy debes ser feliz.

¿Eres capaz, eh? Vamos, machote, mirale a los ojos y dile que tu también eres un cobarde. Sin que en nungún momento su mirada pueda con la tuya. Sin que tu mirada caiga estrepitosamente al suelo. Eres capaz, ¿eh? ¿Acaso puedes hacerlo?

Porque yo tampoco.

jueves, 17 de febrero de 2011

SE CONFUNDEN CON LA LLUVIA

Se confunden con la lluvia los gritos de un poeta

que solo busca el silencio en la esquina de un bar.

Las notas de un violinista que ajeno a nuestros sueños,

pinta los suyos,

en los túneles del metro.

Los lamentos de una viuda

que ha perdido a su dueño.

Todas las letras de un “te quiero” susurrado demasiado lejos,

Palabras escritas en el aire,

que nunca llegaron a su destino por estar cargadas de miedo,

Porque fue demasiado tarde para el amante perdido.

Demasiado tarde para darse cuenta,

darse cuenta que debía decírselo,

antes de perderla.

Se confunden con la lluvia las gamas de grises de las fachadas,

los tonos que nos recuerdan cada día

que hasta los hogares se ensucian a veces.

La calle se tiñe de tristeza,

pero yo sonrío.

Porque una rosa roja, cuidada con cariño,

deslumbra en el balcón del séptimo.

Y solo yo la veo,

porque puedo levantar la cabeza y mojarme.

Porque no llevo un paraguas que me tape el arco iris.

Porque no obvio lo que siento cuando el corazón me dice “vive!”

El agua me grita que soy frágil y que eso no es malo.

Que tengo frío, que las gotas son las notas

que susurran la sinfonía de la vida entre mis dedos.

Y los hombres vestidos de gris de la Gran Vía

No sabrán jamás lo que es esto.

Se confunden con la lluvia los charcos de sangre de las esquinas.

Las heridas mal curadas.

Las cenizas de una vida mal diseñada.

El rebotar de una moneda tirada hacia abajo

que será el pan de aquél vagabundo

que dá las gracias mirando hacia arriba.

Se confunden los CD’s de un taxista

que encuentra su memoria perdida en canciones de los 80.

Y recuerda esos tiempos en que iba de putas de lujo,

con su amigo Tomás, Pablo y el vecino.

Y quién le iba a decir que estaría hoy conduciendo a desconocidos destinos.

Quizá hacia los prostíbulos que hoy ya no pisa.

Se confunden con la lluvia los cantos (y llantos) de una sirena,

Que no escogió ser sirena del Raval.

Sencillamente la vida la llevó hacia la orilla.

La musa se ahoga, y se desespera esperando

su salvación en forma de afecto

en un mensaje en una botella.

Y solo llega en forma de cheques,

después de bailar bajo el mar.

Se confunden las bailarinas que hacen sus músculos arder.

Porque un sueño las recluye en ese parquet barato.

Y una de ellas, quieta, se mira en el espejo,

se detiene a pensar si valen la pena esas heridas en los pies.

Piensa aquello de que nadie dijo que iba a ser fácil.

Y decide entonces seguir haciendo pliés.

Y se confunden sonrisas tras los cristales de una cafetería,

donde dos futuros amantes toman su primer café.

Y que van a saber ellos de su devenir.

Que acabarán descubriendo que el cielo no es sencillamente azul,

que es muchas más cosas.

Pero que va a sospechar ese chico de dulce mirada

que aquellos ojos que inquietos le miran ,

que solo quieren saber un poco más sobre él,

le harán las heridas más sangrientas de su vida.

Mucho más amargas que el café que ahora comparte con ella.

Y que descubrirán que el mármol de la cocina

sirve para muchas más cosas de las que pensaban.

Que allí cocinarán los mejores polvos de sus vidas.

Y conocerán la importancia de unos pies

Que duerman cerca de los tuyos

al final de una deshecha cama.

Se confunde entre la lluvia la magia de un mago escapista

que hace que brillen los ojos ajenos.

Y siembra ilusiones entre las pocas flores

que hay en el barro del mundo adulto.

Nos recuerda que la inocencia se la quedan los niños

porque son mucho más listos que nosotros.

Y saben donde esconderla.

Y se confunde entre la lluvia el devenir del mañana.

De una Barcelona que mojada no huele igual.

Ella prefiere tumbarse en la cera y mirar las estrellas.

Quién sabrá el devenir de esta Amélie que no deja de soñar.

Pues nadie mira el cielo cuando llueve, solo ella.

Pocos más saben que las estrellas así están más bellas.

Y prefiere no perderse el paisaje del lugar

En lugar de pensar en lo que pasará y cómo,

Cuando de esta lluvia,

nada más se confunda al cesar.

lunes, 3 de enero de 2011

Madrid

Volvimos.

Nosotros,

marineros en tierra de nadie,

en sensaciones desiertas,

en océanos de ceniza y miedo,

volvimos.


Fugaces,

rejuvenecidos y gloriosos,

volvimos a la mar.

De nuevo.

A estar mar

de quién sabe dónde

en quién sabe dónde.


A esta

que aún no siendo de nadie

aparece en muchos recuerdos ajenos.


A esta

en que miles se ahogan,

en sus tormentas

de lágrimas (demasiado saladas).


A estos

océanos de dudas,

estrés e hipocresía

dónde siempre he tenido miedo.

Miedo de acabar,

como miles de ellos:


ahogandome yo también.


Lejos,

muy lejos de ese Madrid

que me acompañó con sonrisas,

en sus despertares.

Con cosquillas que sin hablar susurraban

“buenos dias”

bajo las sábanas de tus lunares.


Y aquí,

en esta insípida Barcelona

ahora,

mañana

y pasado,

el mar será abrupto.


La marea sube,

las velas se van rompiendo

y yo sigo teniendo miedo.

De que el viento sople.

Sople muy pronto en contra.


Puede,

incluso,

que pronto olvidemos dónde está el timón.

O cual es nuestro verdadero rumbo.


Y Madrid,

Madrid seguiría abriendo los bares,

aunque ya no estemos allí.

Y seguirá luciendo cielos rojizos,

aunque no los pueda contemplar,

otra vez, contigo.


Aquel día 365,

nos permitimos,

por fin,

soñar recíprocamente.

Creo que las campanadas serán siempre (jamás)

la banda sonora del recuerdo de esos días.


Y las notas, de aquél piano,

que nos prestaría la luna

más entrada la noche,

en tu azotea.

Con las luces

de la ciudad.

Dormida.

Ausente.

Desde las vistas de tu Madrid.

El nuestro.


A mi me sonreía.

A ti te guiñó el ojo.

Lo que vino luego

fue un poema.

Sin letras.

Y punto.

En ese piso tan pequeño,

que se quedaba enano

para todos nuestros anhelos.


Ese cielo.

Esas nubes.

Ese sol de mediodía,

entre tus persianas.

Ese nombre

de esa calle

que solo tu y yo sabemos.


Esa (bendita) sensación,

del por fin abrazarte.

Esa (maldita) sensación,

de saber que será efímero.

Y mucho.


Más buen fugaz.


Y me jode.

Me jode

necesitar escucharte

traduciéndome a Bukowski.

Al oído. De nuevo.

Necesitar olvidar el reloj,

contigo.

Necesitar que la ciudad nos recuerde

que estamos más que vivos.

Que estamos al otro lado.

Quizá más cerca del cielo.


Y me jode.

Me jode que lo sé.

Que siempre escribo yo primero,

que sé la hartada de “peros”,

Que vienen detrás de todo esto.


Me jode,

( y me duele)

Que rimáramos pocas horas,

que nuestros besos fueran versos

y nuestros abrazos estrofas.

Que la anáfora del

Nosotros,

Nosotros,

Nosotros,

Solo rimara

Contigo

Contigo

Y Contigo.


Por eso, me duele.

Porque hoy no estás Conmigo.

Ni Conmigo.

Ni tampoco Conmigo.

Por eso este maldito poema,

ha dejado,

desde hace rato,

y desde un principio,

de tener ningún sentido.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Como dos gotitas de aceite que en agua no saben nadar.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Esta noche brindaremos porque metimos la pata. Quiero brindar por todos y cada uno de los errores que he cometido. Que todos hemos cometido. Confieso mis pecados a la noche porque es la única que no juzga. La única que perdona y olvida de verdad . Este tequila me sabe a amargo porque aún hay muchas cosas de las que me arrepiento. Bebamos para ahogar en las copas los miedos. Porque si, yo también he sido cobarde. Todos somos cobardes. Y corremos. Corremos para no alcanzar nada. Solo huimos de las pifiadas para perderlas de vista. Y al girar la esquina del pasado, miramos atrás. Y solo al vislumbrarlas de lejos nos sentimos aliviados. Porque los errores están, siguen estando pero en la lejanía. Porque aunque nos luzcamos de valientes, no tenemos agallas para mirarlos a los ojos. Vamos a celebrarlo. Celebremos que nos dimos cuenta. Celebremos que estemos aquí, hoy, cómo mínimo sabiendo todo lo malo que hicimos. Confesándonos a la noche. Emborrachándonos de arrepentimiento. Que ya es algo con lo que brindar. 

lunes, 15 de noviembre de 2010

Que mi "yo" rimaba a la perfección con tu "yo". Que las elipsis de palabras en nuestras miradas eran más que evidentes. Las paradojas y contradicciones, inevitables en nuestra rutina. Que nos gustaba invadirnos a retóricas, perfurmarnos con poemas empalagosos de Neruda y Machado. Que hipérbole lo era todo y nada. A menudo necesitabas tener todas las sílabas contadas. Otras veces, en cambio, preferías volar. Sin límites. Conmigo. Que eras la metáfora de aquello que siempre imaginé. Que tus besos ya eran versos y nuestros días estrofas. Que la anafora del nosotros, nosotros, nosotros tenía sentido si era contigo, contigo y contigo.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Coloco la taza de café en la bandeja del microondas. Cierro y espero allí delante, como un pasmarote durante dos minutos y medio exactos. Mientras espero, advierto que me reflejo en la puerta negra del microondas, y me asusto al encontrarme allí, mirándome de frente con esas ojeras y esa misma cara de susto que asusta aún más, a tan solo quince centímetros. El microondas pita, abro, y cojo la taza. Cierro la micro-puerta del micro-ondas y noto algo raro. La taza no está caliente. Miro la rueda anticuada de opciones de temperatura y veo seleccionada “descongelar”. Mi reflejo me mira ahora con una cara de idiota que no se la aguanta. Me dice susurrando “tranquila, solo lo he visto yo”, y ya me siento un poco mejor.

sábado, 30 de octubre de 2010

Bajo el agua de la bañera, la vista se nubla, el aire se vuelve espeso y el sonido se distorsiona. Sumergida, deleito este fugaz momento en esta realidad paralela. Aislada, mis sentidos disfrutan, aquí dónde nada importa, dónde no existen fronteras entre lo concreto y lo abstracto. Dónde, desnuda de prejuicios, olvidando todo lo existente, mi pelo y mi piel se destensan. No hay fuerzas, no hay leyes, nadie ha dominado aún el agua. Mi mente, en libre albedrío, siente que sí puede ser por fin ella misma. No hay cadenas, no hay corrientes, no hay contaminadores de mentes, ni mentiras ni epidemias que convierten en estúpidos a sus víctimas. Este tiempo, tan efímero cómo lo es mi oxígeno, me obliga a volver a la estúpida superficie. Aquí, fuera y tiritando, desearía ser pez otra vez. Teniendo tan solo tres segundos de memoria, viviendo eternamente ignorante y, aparentemente, eternamente feliz.

jueves, 14 de octubre de 2010

Miedos.

Tengo pánico a los baches, a los altibajos. A las crisis. Les temo a la soledad y a las matemáticas de la vida. Tengo miedo a los horarios, a la vida estructurada y planificada. A una embriagadora rutina o a un monótono día a día. Temo al chocolate negro pero no soy ni mucho menos racista. Temo a quien se esconde bajo su paraguas pero no a la lluvia. Le tengo miedo al abrupto mar pero no a la costa. A las profundidades de cualquier superficie. Temo lo desconocido, pero me despierta curiosidad. Incluso a lo conocido, por no saber nunca si conozco lo suficiente de ello. O demasiado, o quizá demasiado poco. Una bochornosa mezcla de sensaciones.
Tengo pánico a las distancias, y aún más a las despedidas. Temo las discusiones, las rupturas. Las heridas mal curadas y la falta de remedios. Soy precavida y prudente hasta la exageración, y me asusta lo que eso me consume. Siempre tengo un segundo plan, una excusa, una carta escondida. Temo los extremos, cerca del abismo. Siendo cobarde, prefiero lo estable. Siendo valiente, lo improvisado. Me da miedo nuestra generación. La ignorancia. El sentirme vulnerable, el sentirme incluida en ella.
Me asusta el poder de las palabras, pues descubrí que pueden ser flores pero tambien puñales sus espinas. Temo lo sospechoso, los secretos. Pero amo los susurros, las confesiones al oído, las complicidades y los guiños. No temo las lagrimas, pero si los sollozos. Te temo. Temo tu fugacidad y a la vez tu espera. Temo tu pensamiento, tus planes, tus jugadas. Porque me superas tanto que no llegas a comprenderme. Incluso tanto que me comprendes demasiado. Adoro tu sencillez pero me asusta tu complejidad. Temo las letras pero las amo. Temo las artes pero me fascinan. Le temo a Bécquer, a Cortázar, a Bukowski. Les tengo miedo a los genios, a los que poseen un don. Pero los envidio. Me asusta el no poder comprenderles. Temo las dobles direcciones, pero me gustan por partida doble. Temo los recuerdos, pero formo parte de ellos. Tengo miedo de las falsas apariencias, pero soy también una de ellas.
Me asusta el paso del tiempo, el desaprovechamiento de este. Miedo a no ser feliz. Que el propio miedo impide, que él mismo araña por dentro. Miedo al futuro, matándome la incertidumbre. Al pasado, temiendo que los recuerdos me secuestren. Al presente, corriendo para que no se me escape. Miedo a ser del pelotón, de los hipnotizados, de los ciegos que dejaron robarse sus días. Miedo de no llegar a lo que aspiro.
De llegar tarde a las metas. Llegar al puerto cuando el barco ya ha partido. Miedo de no llegar a vivir como quisiera, de verme en las últimas y decir “me dejo algo por el camino".

domingo, 10 de octubre de 2010

Hi ha poques coses tant poderoses com el silenci. Sovint, el silenci parla. Contradictòriament, parla sovint més que moltes de les paraules, que tan sols xiuxiuegen. Parla a les fosques, d’amagat, en la llunyania. Es capaç de crear por, esperança, desesperança, recança i rancor. Es capaç de delatar-nos, de despullar-nos, de desarmar-nos tant sols acompanyat d’una mirada. Capaç de transportar-se en el temps, d’alterar-nos els sentits. Capaç de moure’s en l’espai dolçament o agressivament, àgilment creuant mirades, passant sota les escletxes de les portes, sota les escletxes dels records o de les ferides tendres encara. Parlant una llengua pròpia, que pocs coneixen i pocs valoren. Sovint t’arracona, et sentencia o inclús t’arriba a inundar de solitud. De la mateixa forma que t’aïlla, t’allibera o et comprèn quan ho necessites, millor que qualsevol de les paraules pronunciables.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Viva la lluvia, el rebotar de sus gotas en mis botas, el mojarte de nuevas sensaciones. El olor a Barcelona mojada, a pasados otoños, a fango dónde crecen flores. El ver cómo el verano se queda atrás, agotado, exhausto y exprimido mientras el otoño te espera, ardoroso, eufórico y con pasión a la vuelta de la esquina. ¡Buenos días sábado!

martes, 3 de agosto de 2010

Mancharme de pintura al escribir anónima poesía en las calles de diferentes ciudades del mundo fue siempre uno de mis grandes sueños. Creo que aún lo es. Me hubiera gustado saber cantar, saber bailar, tocar un instrumento o hacer poesías de aquellas que tienen forma de columna, que riman en la última sílaba y que tienen nombres cómo soneto y palabras por el estilo. Al no ser un genio, tengo que conformarme con saber escribir, a medias, frases con algún sentido y con algún fondo que con suerte llegue a algunos. Acostumbran a ser abstractas, retorcidas, subjetivas. Pero hoy mi bolígrafo fluye sin dejarme casi pensar cuál será la siguiente palabra. Creo que solo estoy haciendo una sencilla declaración de principios en esta hoja de borradores, reutilizada y ya ocupada en sus esquinas por frases tontas de algún autor poco conocido o de alguna canción que por casualidad sonó en algún momento unos días atrás.
Aunque sin sueño, estoy cansada, me estoy manchando las manos de tinta y de escupitajos que me salen en forma de palabras. Tengo preocupaciones y problemas, pero me da igual. Estoy bien así, ahora mismo. Necesito justamente esto. Esto. Y sinceramente me da igual si luego vas a leerlo o no. En lo que pienso ahora mismo es en escribir aquello que yo quiero escribir. No se siquiera si llegaré a releerlo ni yo misma.

Mi gato me mira desafiante y a la vez seductor desde la cama. Y tengo menos miedo de mirarle que a ti. Sabes que contigo no soy capaz. No es nuevo que las baldosas de tu salón atraigan más mi mirada que tus ojos. Pues encuentro un refugio en ellas, más a menudo que en ti. Y aunque abraces mi cuerpo desnudo sé que en realidad estoy a quilómetros de ti, de esa nube con somier, de esas paredes y puertas de las que lo único que me ha pertenecido, sólo a ratos, han sido sudores y caricias entre susurros y silencios.

En mi habitación se reitera una y otra vez la misma canción. Una voz masculina sale de un cuerpo que a su vez baila con las manos, con delicadeza y fuerza por el escenario de las teclas de un piano, en la esquina de un bar a medianoche. La letra esta escrita en ingles y entiendo de ella tan sólo cuatro palabras, pero no me hace falta más. Supongo que contigo era igual. Solo comprendí de ti una pequeña parte, en su momento me gustó lo misterioso de todo lo demás. Al menos, ahora y aquí, esta música me transporta algo más allá de estas cuatro paredes en las que se hace difícil pensar, en el umbral de este escritorio desordenado hecho con esta madera prefabricada, tan prefabricada cómo los versos que eran para ti y que, como ves, olvidé cómo escribir.

Sé pocas cosas, pero las pocas que sé las tengo bien claras y bien atadas a mí. Sé con certeza que ni el mejor de los ladrones podría robarme mis principios. Tan sólo intento transmitir eso poco que sé con esas pocas palabras que conozco. De acuerdo, no tengo diamantes entre oro. Pero tengo algo así cómo oro entre fango. Y prefiero una austera casita enfrente del mar, que un océano entero donde naufragar.
Me gustaría ahora mismo estar contando historias inventadas, ficciones, haciendo relucir sombras, destapando los entresijos de mirarte entre las sábanas, de las nocturnas vistas, de los callejones serpenteados de aquella Barcelona inventada a medias, en la que nos permitimos soñar.

Últimamente, antes de acostarme pienso en todo aquello que me gustaría cambiar. Y me asusto al pensar que serían demasiadas cosas. Y soy tan cobarde que me veo incapaz. Hablo con aquél chico al que un día besé en exceso y otro día en escasez y advierto que desde lejos, pasada la tormenta, todo es de otro color. Comparto cuatro palabras, que me saben a miles, con aquél al que ahora me gustaría besar, y me doy cuenta que pocas cosas me llenan. Y que las que lo hacen, lo hacen de verdad.
Me sobran ramos de rosas espectaculares, camas ajenas, besos de cristal. Y me faltan flores solitarias casi marchitas, caricias desde el pupitre contiguo y, en papeles cuadriculados de libreta, poemas de verdad.
Abro mis maletas y veo tantas cosas innecesarias… que sólo cuatro de ellas son las que necesitaría para vivir de verdad. Me miro al espejo, y la chica de enfrente me mira con la mirada pérdida, diciéndome sin palabras que mis ojos no son más que un mar de dudas e incertidumbre dónde se me hace difícil nadar. Tiene los labios cortados y es verano. Quizá no lleguemos nunca a conocernos a nosotros mismos. Tanto hablar sobre los demás, pensar en amar a los demás, insultar los defectos de los demás… y aún no sabemos nada de nosotros mismos.

No sé, quizá últimamente poco me inspira y me limito a observar y escuchar, sin pensar.
Supongo que los versos, ya volverán. Y no pido tampoco que vuelvan contigo. No, cariño, sólo pido que regresen, acompañados o no. Sea lo que sea, seguro que ya volverá. Aunque no sea hoy, con estas notas tocadas con delicadeza cómo incienso, de fondo. Ni en esta habitación, pisando las cenizas de los sueños incumplidos. Entre el eco de los que quizá si fueron cumplidos, de aquellos que escribimos hace mucho en papeles de servilleta, perdidos en algun bar.

4.34 am. Miércoles 4 de agosto de 2010.

Tren de media distancia.


Me gustan los largos viajes en tren. En ellos pensar es fácil. Inevitable quizá. Hemos perdido el autobús y hemos esperado tres horas para estar sentados en este vagón que nos lleva de vuelta a casa. Pero me gusta. Me siento bien porque hemos tomado un par de cafés, hemos fumado el mismo tabaco, del mismo modo en que hemos crecido pisando el mismo parquet, y hemos hablado del gran tesoro que compartimos; nuestra forma de ver la vida.
Y ahora, yo escribo estas líneas tras el billete de autobús con el que vinimos mientras mi hermano lee un libro sentado enfrente de mí. Pasamos pueblo por pueblo y segundo a segundo por esta vida que ambos sabemos cómo vivir.
Y aún estando refugiados de una lluvia que cae furiosa a centímetros, teniendo horas por delante hasta llegar a casa, sentados en un tren que exagera con el aire acondicionado y que va con retraso, ambos sabemos que tenemos suerte. Y que, aún así, sin duda vamos a disfrutar del trayecto en este tren de media distancia mientras observamos por la ventana cómo por cada kilómetro de mas, el sol ilumina un poco menos. Sabiendo que el verdadero viaje que vamos a disfrutar será el de la larga distancia que aún por delante nos queda.

Tren con destino Barcelona,
2 de agosto de 2010.

martes, 20 de julio de 2010

Sombreros que vuelan. Mojitos de día. Un mar que susurra. Orillas que mojan los pies. Moreno pasajero. Sonrisas de prestado. Miradas en un viejo vagón. Música de fondo. Tus cartas y las mías, aún por jugar. Brisa marinera. Sol en la cara. Arena en los bolsillos. Silencios que hablan. Palabras que no escucho. Trenes que marchan. Sensaciones que vuelven. Nuevos horizontes. Las autopistas del presente. Los caros peajes del pasado. Cafés con hielo. Patatas bravas. Frases a medias. Pelis antiguas. Casas ajenas. Barcelona a nuestros pies. Nosotros, el cielo. Tabaco liado. El eco de un piano. Cosquillas en la barriga. Pintalabios rojo. Viajes improvisados. Abrazos de porcelana. Amaneceres desolados. Tequilas sin rumbo. Tus sueños, a medias. Los míos en tus ojos. Tus manos, calladas, buscando las mías de reojo.