lunes, 25 de abril de 2011

Desperté con dos caras de una misma moneda,

Con las balas de un sabio dispuesto a apuntar,

Con la plumas de un cisne que empieza a bailar,

Con las alas de un ángel

Que prefiere volar a llorar.

Discutí con el sol por marcharse tan pronto,

Me emborraché con la luna y le dije "¡no tarde usted en volver!."

Odié al verdugo que me fulminó sin tapujos

y luego le admiré.

Porque solo él pudo desnudarme con palabras,

y con miradas y gestos

conocerme más que yo ante un espejo

de infinitos reflejos

que aún no saben a cual de los dos admirar.

Fui amante,

Fui arrogante,

Grité a aquellos que más susurros merecían,

tuve prisa y miedo al vivir lo importante.

Estudié en la escuela de la vida.

Llegué al mundo puntual

y jamás volví a serlo.

Dije y luego olvidé lo dicho.

Olvidé como decir lo decisivo.

Como decidir lo necesario,

Como necesitar lo prescindible,

Y como prescindir de lo inevitable.

Obvié miles de disculpas,

perdoné pocas promesas manchadas.

De mis bolsillos cayeron trizas

de papeles de libreta

que olvidé ser sueños ajenos.

Pues en un gesto violento

quien sabe si ira

quién sabe si miedo

preferí llenarme

de espléndido ego.

Y aún lucho para ganar

la batalla contra la codicia

y no acabar como aquél

gordo y rebosante de sangre ajena

que tras girar la esquina de la dignidad

y oír una desgarradora súplica escondida en la lluvia

decide no haberlo oído

y haciendo caso omiso

se esconde bajo al paraguas de la falsa fortuna

se mira en un charco

sonríe

y pletórico, arrogante y soberbio,

con desdén e insolencia

grita a un cielo nublado

"¡soy y seré

el maldito rei del mundo!"

Nadie aún sabe

que su vida,

su canturreo y su carantoña

comenzará a quebrar pasado mañana.

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