Se confunden con la lluvia los gritos de un poeta
que solo busca el silencio en la esquina de un bar.
Las notas de un violinista que ajeno a nuestros sueños,
pinta los suyos,
en los túneles del metro.
Los lamentos de una viuda
que ha perdido a su dueño.
Todas las letras de un “te quiero” susurrado demasiado lejos,
Palabras escritas en el aire,
que nunca llegaron a su destino por estar cargadas de miedo,
Porque fue demasiado tarde para el amante perdido.
Demasiado tarde para darse cuenta,
darse cuenta que debía decírselo,
antes de perderla.
Se confunden con la lluvia las gamas de grises de las fachadas,
los tonos que nos recuerdan cada día
que hasta los hogares se ensucian a veces.
La calle se tiñe de tristeza,
pero yo sonrío.
Porque una rosa roja, cuidada con cariño,
deslumbra en el balcón del séptimo.
Y solo yo la veo,
porque puedo levantar la cabeza y mojarme.
Porque no llevo un paraguas que me tape el arco iris.
Porque no obvio lo que siento cuando el corazón me dice “vive!”
El agua me grita que soy frágil y que eso no es malo.
Que tengo frío, que las gotas son las notas
que susurran la sinfonía de la vida entre mis dedos.
Y los hombres vestidos de gris de la Gran Vía
No sabrán jamás lo que es esto.
Se confunden con la lluvia los charcos de sangre de las esquinas.
Las heridas mal curadas.
Las cenizas de una vida mal diseñada.
El rebotar de una moneda tirada hacia abajo
que será el pan de aquél vagabundo
que dá las gracias mirando hacia arriba.
Se confunden los CD’s de un taxista
que encuentra su memoria perdida en canciones de los 80.
Y recuerda esos tiempos en que iba de putas de lujo,
con su amigo Tomás, Pablo y el vecino.
Y quién le iba a decir que estaría hoy conduciendo a desconocidos destinos.
Quizá hacia los prostíbulos que hoy ya no pisa.
Se confunden con la lluvia los cantos (y llantos) de una sirena,
Que no escogió ser sirena del Raval.
Sencillamente la vida la llevó hacia la orilla.
La musa se ahoga, y se desespera esperando
su salvación en forma de afecto
en un mensaje en una botella.
Y solo llega en forma de cheques,
después de bailar bajo el mar.
Se confunden las bailarinas que hacen sus músculos arder.
Porque un sueño las recluye en ese parquet barato.
Y una de ellas, quieta, se mira en el espejo,
se detiene a pensar si valen la pena esas heridas en los pies.
Piensa aquello de que nadie dijo que iba a ser fácil.
Y decide entonces seguir haciendo pliés.
Y se confunden sonrisas tras los cristales de una cafetería,
donde dos futuros amantes toman su primer café.
Y que van a saber ellos de su devenir.
Que acabarán descubriendo que el cielo no es sencillamente azul,
que es muchas más cosas.
Pero que va a sospechar ese chico de dulce mirada
que aquellos ojos que inquietos le miran ,
que solo quieren saber un poco más sobre él,
le harán las heridas más sangrientas de su vida.
Mucho más amargas que el café que ahora comparte con ella.
Y que descubrirán que el mármol de la cocina
sirve para muchas más cosas de las que pensaban.
Que allí cocinarán los mejores polvos de sus vidas.
Y conocerán la importancia de unos pies
Que duerman cerca de los tuyos
al final de una deshecha cama.
Se confunde entre la lluvia la magia de un mago escapista
que hace que brillen los ojos ajenos.
Y siembra ilusiones entre las pocas flores
que hay en el barro del mundo adulto.
Nos recuerda que la inocencia se la quedan los niños
porque son mucho más listos que nosotros.
Y saben donde esconderla.
Y se confunde entre la lluvia el devenir del mañana.
De una Barcelona que mojada no huele igual.
Ella prefiere tumbarse en la cera y mirar las estrellas.
Quién sabrá el devenir de esta Amélie que no deja de soñar.
Pues nadie mira el cielo cuando llueve, solo ella.
Pocos más saben que las estrellas así están más bellas.
Y prefiere no perderse el paisaje del lugar
En lugar de pensar en lo que pasará y cómo,
Cuando de esta lluvia,
nada más se confunda al cesar.