miércoles, 2 de noviembre de 2011

Recuerda, te advirtieron que debías calzarte bien, que para salir las flores antes debía llover. Te dijeron que el final no se vislumbraría desde un principio. Que del invierno al verano no hay dos días y del hoy al mañana que anhelas tampoco dos pasos.

Te dijeron que en algún momento desearías con todas tus fuerzas bajar la cabeza, cerrar los ojos, resignarte y dejar de ser la fuerte para ser la que se rinde. Que resistirse a esa tentación iba a ser lo más difícil. Y que seguir mirando al lobo a los ojos cuando no queda nada que merezca ser guardado para la posteridad era lo más complicado. Pero recuerda, pequeña, es ese delicado hilo de fuerza lo que mantiene la llama dentro de ti. Llama que quema pero ilumina, recuerda eso. Debes conseguir que el lobo se quede delante tuyo, mirándote entre la vacilación y el ataque. Sólo estando frente a él no podrá atacarte desprevenida.

Pero en el momento en que dejas de mirarle a los ojos, en que decides bajar la cabeza, en que envías tus ojos al suelo mientras te das media vuelta, es entonces cuando das la espalda al villano del cuento y es entonces cuando tu suspiro de alivio apaga repentinamente la llama y es entonces cuando te quedas sin nada.

Sin final que conquistar, sin lobo que cazar, sin hilo, sin luz y sin nada.

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