Huellas.
Huellas dactilares,
pisadas en el barro
manos traviesas que quedan marcadas
toda una vida en un asfalto gris.
Mano que no crece,
siendo huella la inocencia.
Siendo eterna la muy traviesa.
Ríete de ellas.
De las huellas efímeras
en el vaho del baño
de las que duran segundos.
De las que valen dos mundos.
Huella tú,
tu carmín rojo en el cigarro,
en el vaso
en mi mejilla
en mi memoria.
La del cigarro en tus pulmones
y la de tus otros vicios
en otros colchones.
Huellas,
las de tus uñas en mi espalda,
la del los versos de aquél poeta,
que dejaba escapar los nuestros
sin siquiera darse cuenta.
La del eco infinito de un grifo que gotea
y se reitera
y hace enloquecer a una neurona despistada
que se quedó despierta y estuvo escuchando.
Hasta que cedió.
Para no volver.
Huella tu mensaje en el contestador
mi impotencia
el no saber borrarlo.
Huellas los puntos de sutura
que me pusieron de urgencias en el corazón,
cuando te fuiste.
Huella tu caligrafía en el calendario
tu sutileza al romper la estética de un patrón diario,
y hacerlo improvisado.
Huella la sombra de esos días
en que recitabas poesía en plan conquistador.
Tu don,
tus listas de la compra,
tus notitas y tus helados de fresa,
aún en el congelador.
Tan helados cómo los últimos besos
que allí también guardo
pues dicen
que algún día caducan,
que se derriten,
que si fugaz fue la pasión
de ellos,
mañana,
solo quedarán huellas.
Y yo no quiero más.
Ni a corto,
ni a medio,
ni a largo plazo.
Huellas a medida.
Dolores proporcionales, en augmento, a grande escala.
Yo no quiero más,
no más de ellas.